Acabo de leer el Tiempo entre
costuras de María Dueñas. Una lectura que me ha vuelto a hacer pensar en las
novelas de la historia reciente, ambientadas en la guerra civil, que a veces se
hacen tan previsibles como insoportables. Las leo últimamente con más interés,
quizá desde que los nuevos autores ponen el foco en otros puntos de vista más
cercanos, tal y como me sorprendió que sucediera en la Enfermera de Brunete de
Manuel Maristany, que me reconcilió con el género.
Lo cierto es que la novelesca
vida del Teniente Coronel Beigbeder, es una buena excusa para hablar de memoria
histórica, de vivencias y retos personales, que nos son en lo personal tan
cercanos. Encontramos una población autóctona del protectorado de Marruecos
en Julio de 1936 poco dispuesta a apoyar a los insurgentes, salvo las disciplinadas
tabores de regulares que fueron aerotransportadas a la península con sus mandos
como punta de lanza de los militares sublevados en el alzamiento. Los líderes
políticos locales, tales como Abdesalam Bennouna y Abdelkhalaq Torres,
que creían en una especie de panarabismo primigenio, pensando que nada se les
había perdido a los musulmanes en una guerra civil entre españoles. La figura
de Beigbeder, oficial arabista de origen andaluz, con un perfecto conocimiento
del norte de Marruecos y sus habitantes, es decisiva para lograr la
colaboración del Jalifa de Tetuán (representante del Sultán de Marruecos),
impidiendo la represión tajante de los políticos locales considerados como
subversivos por los sublevados, hecho que pudiera haber impedido el reclutamiento
masivo de los marroquíes a la causa nacional.
Este inteligente y hábil
diplomático, fue artífice de la movilización de entre 65.000 a 130.000
marroquíes, principalmente Moros de los valles Rifeños (el Rif representaba más
del 70 % de la zona del Protectorado español) que integraban los cuerpos
profesionales de Regulares del ejército de Africa y de la Legión, además de los
cuerpos provisionales o paralelos (Tiradores de Rif, Tiradores de Ifni,
Compañías Indígenas, Batallones de Cazadores de África, Mehala y Mejaznía
Armada). En concreto se crearon gracias a la política de colaboración
auspiciada por Beigbeder 15 batallones de Cazadores de África, 37 tabores
(batallones) de regulares, una harca de Tiradores del Rif, un tabor del
Batallón de Ifni-Sáhara, y una bandera de Falange, aunque algunos
historiadores hablan de entre 10 hasta 20 tabores de las Mehalas y tres
escuadrones de caballería de las Fuerzas Jalifianas junto a 6 tabores más del
Batallón de Tiradores de Ifni.
El entusiasmo guerrero de los
expedicionarios marroquíes, fue fruto de la mala situación económica de la
región motivada por la sequía, la movilización de la relativamente reciente
guerra del Rif y la accesibilidad de la administración colonial en los valles y
a las cábilas o tribus rifeñas, que con una exigua paga y promesas de botín
consiguió que se alistaran hasta menores de 13 años.
Una guerra civil que surgió por
la incompetencia de los políticos de la época, incapaces de resolver problemas
y más dispuestos a dejarse llevar por el odio ideológico o por la dialéctica
del aniquilamiento destructor, que derivó con la irrupción de los moros en un
conflicto internacional, el ensayo a escala de la futura gran conflagración
mundial. Porque junto a la tropas nacionales del Ejercito de África, casi 1.000
se integraron por la República en los 61.000 miembros de las Brigadas
Internacionales cuyo grueso eran franceses, ingleses, norteamericanos, polacos,
y resto de europeos, sin olvidar los 73.000 italianos, 15.000 alemanes o
1.000 portugueses que como expedicionarios apoyaron a los sublevados o los
asesores militares rusos del partido comunista. A ellos hay que añadir la leva
forzosa en el momento central de la guerra de 1.750.000 soldados de reemplazo
republicanos y de 1.260.000 soldados de reemplazo nacionales, cifras
significativas de su magnitud cuantitativa.
Pero es cualitativamente como
podemos apreciar su valor, pues son utilizados como apreciadas fuerzas de
choque, y protagonizan episodios bélicos destacados en las batallas de Toledo, Badajoz,
Madrid, Soluble, e interviniendo decisivamente en la ruptura del frente del
Ebro, hecho que aceleró el final de la Guerra con un país en ruinas antes de
que estallara la conflagración mundial. Los Moros tenían fama de sanguinarios,
la infantería se adaptaba muy bien al terreno montañoso similar muchas veces al
del Atlas, practicaban combate nocturno y eran muy buenos tiradores, e
infatigables guerrilleros.
Es aquí cuando quiero hablar de
la memoria histórica, y lo hago desde la percepción de lo poco que se contaba
entre mis abuelos, de esta horrible guerra iniciada por las élites políticas
españolas (duele reconocer que con la democracia se han rehabilitado la memoria
de muchos de éstos, que son responsables directos de ésta locura belicista),
pero ejecutada por mercenarios internacionales y por toda una generación de
víctimas inocentes en ambos bandos. De los moros, recuerdo contar que
espabilados por el hambre, en el variopinto frente de Aragón, cuando el
bombardeo artillero se adelantaba a la hora de cocinar el rancho, los chicos
vigilaban las deposiciones de los moros, porque era frecuente que las judías
secas y casi crudas que les servían salieran intactas, y listas para ser
sembradas en algún lugar seguro. O que decir del horror de ver como se llevan a
tu padre varias veces para ser fusilado, sin que el odio pudiera lograrlo, o el
terror producido por el sonido silbante de una bomba lanzada desde un Heinkel
111 que estalla inmisericorde matando e hiriendo nuestra histórica memoria.
Pero lo peor es cuando corre la voz de alarma, en un pueblo ocupado por el
rival, diciendo escapad a los montes que vienen a saco los moros. Pánico
psicológico inveterado en mujeres, chicos y mayores que buscan escondites en
cualquier zanja o arbusto. Y de pronto uno de esos Regulares reclutados por
Juan Luis Beigbeder Atienza, con su Alquicel (capa), apuntando con su mosquetón
máuser y con una talla realzada por su Tarbuch (gorro rojo), te decía las
manos arriba no se te ocurra moverte.
En fin, muchos años más tarde,
gracias al Servicio Militar pude escuchar de primera mano los cantos del muecín
llamando a la oración cerca del Monte Hacho, mientras se oían los ecos de
aquellos recuerdos y nos preparábamos para desfilar en Semana Santa con el
Sagrado Descendimiento, muy por delante de los Regulares de Ceuta llevando al
Cristo de la Encrucijada de Hadú.
Que a nadie le extrañe que a los
españoles les parezcan sus políticos una sus mayores derivas o zozobras. Desde
las Guerras Carlistas hasta ahora, no han dejado nunca de sorprendernos, y nos
dan más miedo sus decisiones que toda su ininteligible dialéctica junto a su
manida memoria histórica. Les dejamos hacer demasiado sin exigirles casi nada a
cambio.
والآخرة خير لك من هذا.
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