martes, 11 de diciembre de 2012

Los Moros y la Guerra Civil Española



Acabo de leer el Tiempo entre costuras de María Dueñas. Una lectura que me ha vuelto a hacer pensar en las novelas de la historia reciente, ambientadas en la guerra civil, que a veces se hacen tan previsibles como insoportables. Las leo últimamente con más interés, quizá desde que los nuevos autores ponen el foco en otros puntos de vista más cercanos, tal y como me sorprendió que sucediera en la Enfermera de Brunete de Manuel Maristany, que me reconcilió con el género.
Lo cierto es que la novelesca vida del Teniente Coronel Beigbeder, es una buena excusa para hablar de memoria histórica, de vivencias y retos personales, que nos son en lo personal tan cercanos. Encontramos una población autóctona del protectorado de Marruecos  en Julio de 1936 poco dispuesta a apoyar a los insurgentes, salvo las disciplinadas tabores de regulares que fueron aerotransportadas a la península con sus mandos como punta de lanza de los militares sublevados en el alzamiento. Los líderes políticos locales,  tales como Abdesalam Bennouna y Abdelkhalaq Torres, que creían en una especie de panarabismo primigenio, pensando que nada se les había perdido a los musulmanes en una guerra civil entre españoles. La figura de Beigbeder, oficial arabista de origen andaluz, con un perfecto conocimiento del norte de Marruecos y sus habitantes, es decisiva para lograr la colaboración del Jalifa de Tetuán (representante del Sultán de Marruecos), impidiendo la represión tajante de los políticos locales considerados como subversivos por los sublevados, hecho que pudiera haber impedido el reclutamiento masivo de los marroquíes a la causa nacional.
Este inteligente y hábil diplomático, fue artífice de la movilización de  entre 65.000 a 130.000 marroquíes, principalmente Moros de los valles Rifeños (el Rif representaba más del 70 % de la zona del Protectorado español) que integraban los cuerpos profesionales de Regulares del ejército de Africa y de la Legión, además de los cuerpos provisionales o paralelos (Tiradores de Rif, Tiradores de Ifni, Compañías Indígenas, Batallones de Cazadores de África, Mehala y Mejaznía Armada). En concreto se crearon gracias a la política de colaboración auspiciada por Beigbeder 15 batallones de Cazadores de África, 37 tabores (batallones) de regulares, una harca de Tiradores del Rif, un tabor del Batallón de Ifni-Sáhara,  y una bandera de Falange, aunque algunos historiadores hablan de entre 10 hasta 20 tabores de las Mehalas y tres escuadrones de caballería de las Fuerzas Jalifianas junto a 6 tabores más del Batallón de Tiradores de Ifni.

El entusiasmo guerrero de los expedicionarios marroquíes, fue fruto de la mala situación económica de la región motivada por la sequía, la movilización de la relativamente reciente guerra del Rif y la accesibilidad de la administración colonial en los valles y a las cábilas o tribus rifeñas, que con una exigua paga y promesas de botín consiguió que se alistaran hasta menores de 13 años.
Una guerra civil que surgió por la incompetencia de los políticos de la época, incapaces de resolver problemas y más dispuestos a dejarse llevar por el odio ideológico o por la dialéctica del aniquilamiento destructor, que derivó con la irrupción de los moros en un conflicto internacional, el ensayo a escala de la futura gran conflagración mundial. Porque junto a la tropas nacionales del Ejercito de África, casi 1.000 se integraron por la República en los 61.000 miembros de las Brigadas Internacionales cuyo grueso eran franceses, ingleses, norteamericanos, polacos, y resto de europeos,  sin olvidar los 73.000 italianos, 15.000 alemanes o 1.000 portugueses que como expedicionarios apoyaron a los sublevados o los asesores militares rusos del partido comunista. A ellos hay que añadir la leva forzosa en el momento central de la guerra de 1.750.000 soldados de reemplazo republicanos y de 1.260.000 soldados de reemplazo nacionales, cifras significativas de su magnitud cuantitativa.
Pero es cualitativamente como podemos apreciar su valor, pues son utilizados como apreciadas fuerzas de choque, y protagonizan episodios bélicos destacados en las batallas de Toledo, Badajoz, Madrid, Soluble, e interviniendo decisivamente en la ruptura del frente del Ebro, hecho que aceleró el final de la Guerra con un país en ruinas antes de que estallara la conflagración mundial. Los Moros tenían fama de sanguinarios, la infantería se adaptaba muy bien al terreno montañoso similar muchas veces al del Atlas, practicaban combate nocturno y eran muy buenos tiradores, e infatigables guerrilleros.  




Es aquí cuando quiero hablar de la memoria histórica, y lo hago desde la percepción de lo poco que se contaba entre mis abuelos, de esta horrible guerra iniciada por las élites políticas españolas (duele reconocer que con la democracia se han rehabilitado la memoria de muchos de éstos, que son responsables directos de ésta locura belicista), pero ejecutada por mercenarios internacionales y por toda una generación de víctimas inocentes en ambos bandos. De los moros, recuerdo contar que espabilados por el hambre, en el variopinto frente  de Aragón, cuando el bombardeo artillero se adelantaba a la hora de cocinar el rancho, los chicos vigilaban las deposiciones de los moros, porque era frecuente que las judías secas y casi crudas que les servían salieran intactas, y listas para ser sembradas en algún lugar seguro. O que decir del horror de ver como se llevan a tu padre varias veces para ser fusilado, sin que el odio pudiera lograrlo, o el terror producido por el sonido silbante de una bomba lanzada desde un Heinkel 111 que estalla inmisericorde matando e hiriendo nuestra histórica memoria. Pero lo peor es cuando corre la voz de alarma, en un pueblo ocupado por el rival, diciendo escapad a los montes que vienen a saco los moros. Pánico psicológico inveterado en mujeres, chicos y mayores que buscan escondites en cualquier zanja o arbusto. Y de pronto uno de esos Regulares reclutados por Juan Luis Beigbeder Atienza, con su Alquicel (capa), apuntando con su mosquetón máuser y con una talla realzada por su Tarbuch (gorro rojo), te decía las  manos arriba no se te ocurra moverte.
En fin, muchos años más tarde, gracias al Servicio Militar pude escuchar de primera mano los cantos del muecín llamando a la oración cerca del Monte Hacho, mientras se oían los ecos de aquellos recuerdos y nos preparábamos para desfilar en Semana Santa con el Sagrado Descendimiento, muy por delante de los Regulares de Ceuta llevando al Cristo de la Encrucijada de Hadú.
Que a nadie le extrañe que a los españoles les parezcan sus políticos una sus mayores derivas o zozobras. Desde las Guerras Carlistas hasta ahora, no han dejado nunca de sorprendernos, y nos dan más miedo sus decisiones que toda su ininteligible dialéctica junto a su manida memoria histórica. Les dejamos hacer demasiado sin exigirles casi nada a cambio.

والآخرة خير لك من هذا.




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