sábado, 7 de febrero de 2015

MEJOR MANOS UNIDAS

En estas pasadas fechas, se celebró el día Mundial de la Alimentación, como un recordatorio hacia la Humanidad, aquellos seres humanos que convivimos muy cerca sobre la faz de la tierra, no ya sin conflictos ni desencuentros, en busca de unas condiciones mínimas, que para la vida, son el umbral de la subsistencia. No hay que olvidar que la lucha se hace desde las familias, bajo el liderazgo de las mujeres, que son las que piensan más en el largo plazo.
Pese a  que hay una leve mejoría estadística sobre los logros en la lucha contra esta lacra, hay una cifra todavía escandalosa de 805 millones de personas excluidos del derecho a alimentarse, o con desnutrición crónica, en un mundo que produce lo suficiente para abastecer de alimentos a todos sus moradores.
Hemos reducido la pobreza extrema, pero una de cada nueve personas sigue padeciendo hambre. Los más débiles, los niños, en una cifra de 162 millones sufren malnutrición. Se ha conseguido el acceso al agua potable para 2.000 millones de personas, pero la mitad carecen de letrinas para evitar la propagación de las infecciones.
En cuanto a la lucha contra la malaria y la tuberculosis, que se logrado contener, se abre un nuevo frente con la prevención del  VIH/Sida y la lucha sin cuartel contra fantasma del Ébola.
En Educación primaria, pese a los avances,  hay más de 50 millones de niños y niñas que no tienen acceso ninguno a la escuela.
La mortalidad materna se ha reducido a la mitad, pero 300.000 mujeres murieron por causas previsibles relacionadas con el embarazo y el parto.
La igualdad en la toma de decisiones ha mejorado, pero solo 46 países tienen más del 30 % de mujeres parlamentarias en alguna de sus cámaras, y la globalización ha supuesto incluso un retroceso en algunos, por motivos de integrismo religioso.
El desafío medioambiental subsiste, ya que las emisiones de CO2 han aumentado en casi un 50 % en los últimos años, en los que han seguido desapareciendo bosques, biodiversidad  y fuentes de agua.
La crisis ha hecho una disminución de las ayudas públicas a los países pobres. En 2015 España destinará a la Ayuda Oficial al Desarrollo el 0,17 % PIB.
En resumen no se puede entender los fenómenos de la emigración ilegal, de las guerras tribales, o del integrismo religioso, sin ese profundo muro que separa a muchos habitantes de este mundo globalizado, a la hora de disponer de un mínimo acceso a la satisfacción de las necesidades básicas y al ejercicio de los más elementales derechos humanos que levanta la pobreza.
Paralelamente comprobamos como, en nuestro primer mundo, se va empobreciendo por una práctica que, achacábamos a los países del sur, pero que definitivamente  es de naturaleza global: El relativismo moral, la falta de compromisos, la miseria espiritual, la falta de trabajo o la corrupción, muchas veces institucionalizada de los partidos políticos, y la incapacidad para una administración prudente y previsora de los recursos económicos. El cortoplacismo y el egoísmo sin límites, han arrinconado a la solidaridad y a los planes en común, y vemos como desfilan por los medios de comunicación personajes poderosos, sin valores, que no dudan a la hora de justificarse, y pensar que eran meros ejecutares de una política social ruinosa, que solamente les beneficiaba a ellos o a sus partidarios más allegados.

Desde las más profundas convicciones humanitarias y/o religiosas, son muchos los que defendemos a la familia humana con problemas, como un bien a proteger. Defendemos un estilo de vida basado en la responsabilidad con un consumo más austero y sostenible, que evite el desperdicio de los alimentos, para minimizar los efectos ambientales y las consecuencias de la inseguridad alimentaria provocada por la fluctuación, a veces abusiva, de los precios agrícolas.

Se pide a todos los podres públicos y fácticos, que garanticen el derecho a la alimentación, entendido como el acceso al mínimo vital de alimento, con un apoyo a la agricultura familiar ecológica que evite el uso de pesticidas o productos para agrocombustibles, y que fomenten el uso de energías verdes que no favorezcan el cambio climático. Además el mercado mundial de alimentos, se regule para evitar que la especulación provoque fluctuaciones abusivas de los precios.
Entre las organizaciones que ayudan directamente a los más necesitados, se puede comprobar cómo son las más eficaces aquellas que involucran socialmente a las mujeres, dado que no solo se crean las bases de una cultura de la sostenibilidad, sino que asientan la población, fomentan el ahorro y el desarrollo económico.

Es una enseñanza de nuestros Misioneros, verdadero capital humano de éste país, esas personas buenas que lo dejan todo por ayudar a los demás,  y que lo hacen directamente sin ayuda de nadie, y de los que tenemos que sentirnos orgullosos habida cuenta que somos el segundo país, tras los Estados Unidos, en disponer de una red social de verdad comprometida con los más pobres.
En particular, los que colaboramos en Manos Unidas, hemos podido ver personalmente cómo las protagonistas de nuestros programas, nos agradecían personalmente nuestro apoyo y mostraban su orgullo por la lucha pacífica que en sus países están desarrollando. Las gracias que siempre acompañan a la solidaridad.

Hemos podido comprobar, el testimonio del Salesiano Guillermo Treviño, en su estancia en Costa de Marfil, de cómo estas misiones sostenidas con ayudas privadas sirven de centros sociales de refugio, educativos, sanitarios o de formación profesional, y contribuyen al desarrollo de una sociedad africana, todavía inmersa  en la dinámica de las luchas tribales y en vías de desarrollo. Haciendo un especial hincapié en el papel de la mujer africana como factor de subsistencia en una sociedad nómada y desestructurada familiarmente, en la que el hombre se va y la mujer permanece con los hijos, y que tanto se parece a la nuestra actual. 

Yo me pregunto, si no deberían asesorar estas mujeres coraje a nuestros Ministros de Economía, del cómo hacer más con menos, sin necesidad recortar nada, tan solo replanteándose éste absurdo gasto público improductivo que requiere tantos sacrificios, en forma de impuestos y deuda pública.

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