lunes, 30 de septiembre de 2013

ATARDECER EN LA TOSCANA (Parte I)


La última vez que la visité, me dije que no volvería sin haber leído la Divina Comedia del poeta florentino Dante Alighieri. Y me voy recién leído el inferno, con un ejemplar en la maleta del mismo, y un país llamado España, con 300 imputados por corrupción, que podríamos bien localizar en uno de los 9 círculos. Llegados a Italia, en medio de un calor tórrido, canicular, insoportable,  en televisión se augura la tormenta política del “Condottiero” Berlusconi, cuya condena deja vislumbrar una futura crisis ante su complicado indulto. Parecía decir, dadme las 2 Legiones Malditas de políticos aforados que hay en España, y lograré que ningún ex premier vuelva jamás a ser imputado. Si Dante viviera ahora, de la alegoría del infierno no se salvaría ningún partido político en España ni mandatario firmemente condenado en Italia.

Siguiendo a nuestro guía Dante, vamos a Forte dei Marmi, enfrente del Mar de Liguria, una preciosa playa llena de elegantes chiringuitos y exclusivos entoldados ocupada por la jet-set internacional, dejando a nuestra espalda los desgajados Alpes Apuanos, las minas a cielo abierto del Mármol Blanco de Carrara, que vamos a encontrar en todo momento después convertidas en monumentales obras de arte.

En la bella y antigua ciudad-estado de Lucca, fundada por los etruscos, y famosa por su tirano Castracani (biografiado en el Príncipe del florentino Maquiavelo), fue el primer lugar en el que se exilió Dante, y su decadencia coincide con la caída de Elisa, hermana de Napoleón Bonaparte, la última Reina de Etruria. Su angostas callejas medievales, las casas señoriales o su imponente torre delle ore, museos e iglesias (San Francisco, San Michele o la Catedral de San Martin), proporciona un ameno paseo hasta el anfiteatro romano, lugar ideal para tomar un buen helado italiano.

Pero el destino era Firenze, la ciudad de los Medici, fundadora del calcio en la Piazza Santa Croce y cuna del Renacimiento. Nos alojamos en un hotel que fue un antiguo palacio florentino, y residencia en el exilio del Rey del Rey Pablo de Grecia, con amplias habitaciones. Volver a disfrutar del Ponte Vecchio, la Galeria de los Uffizzi, el Duomo, los conciertos nocturnos de la Signoria, o perderse en el Barguello, San Marcos, San Lorenzo o en la basílica del Santo Spirito, los jardines del Palacio Pitti o los atardeceres en Belvedere (bella vista panorámica de Florencia). Botticelli, Lippi, Miguel Angel, Donatello, Brunelleschi, Fra Angelico, y tantos otros, te hacen sentir que la ciudad es belleza. Los turistas lo son, y la gente es abierta, va con ganas de disfrutar. El toque gastronómico lo pone una pequeña trattoria detrás del Duomo, en el que comemos uno de los platos típicos, los callos a la florentina, en un abigarrado ambiente de chefs cantores y público popular que se apretuja en las mesas, entre chistes y carcajadas. Lugar de obligado paso es la reconstruida casa de Dante y la capilla donde coincidía con su amada Beatriz en los oficios.
Una escapada a Pisa, es obligada. Resultó al final un generoso día lluvioso, y pudimos ver bajo el paraguas y mucho más frescos, una de las cuatro importantes repúblicas navales italianas del renacimiento, en la que nació Galileo-Galilei.
También Arezzo o la misma gibelina Siena, merecen una visita. Destacar de Siena  la Piazza del Campo, lugar de la famosa competición de caballos del Palio delle Contrade, su magnífico Duomo o la sede del banco en activo más antiguo del mundo, el Monte dei Paschi en el Palacio Salimbeni.
Una visita a la etrusca  San Giminiano,  denominada así en honor al Obispo que la defendió de los Hunos de Atila, podemos  comprobar ésta ciudad medieval conserva las torres erigidas por sus burgueses, y de nuevo nos encontramos con nuestro guía en este viaje. En el Balcón de Palacio del Podestá, junto a la Torre Grossa, Dante dio uno de sus más famosos discursos para convencer a sus habitantes para que abrazaran la causa güelfa.
En todas direcciones el paisaje Toscano, de suaves colinas de tierras rojas, entre tierras de labor de cereales, coronadas por aldeas o pequeñas casas, con sus enhiestos cipreses y rodeados de geométricos verdes olives o viñedos. El contemplar tranquilamente un atardecer, en buena compañía, merendando aceite de oliva con una buena rebanada de pan, raveggiolo o salami, regado con un vino tinto chanti, se convierte en una experiencia inolvidable. Sobre todo cuando acaba poniéndose la cara completamente roja, por el sol, y los enamorados empiezan a besarse contemplando las últimas luces del crepúsculo.

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