La última vez que la visité, me
dije que no volvería sin haber leído la Divina Comedia del poeta florentino
Dante Alighieri. Y me voy recién leído el inferno, con un ejemplar en la maleta
del mismo, y un país llamado España, con 300 imputados por corrupción, que
podríamos bien localizar en uno de los 9 círculos. Llegados a Italia, en medio
de un calor tórrido, canicular, insoportable, en televisión se augura la tormenta política
del “Condottiero” Berlusconi, cuya condena deja vislumbrar una futura crisis
ante su complicado indulto. Parecía decir, dadme las 2 Legiones Malditas de
políticos aforados que hay en España, y lograré que ningún ex premier vuelva jamás
a ser imputado. Si Dante viviera ahora, de la alegoría del infierno no se
salvaría ningún partido político en España ni mandatario firmemente condenado
en Italia.
Siguiendo a nuestro guía Dante, vamos
a Forte dei Marmi, enfrente del Mar de Liguria, una preciosa playa llena de elegantes
chiringuitos y exclusivos entoldados ocupada por la jet-set internacional, dejando
a nuestra espalda los desgajados Alpes Apuanos, las minas a cielo abierto del Mármol
Blanco de Carrara, que vamos a encontrar en todo momento después convertidas en
monumentales obras de arte.
En la bella y antigua
ciudad-estado de Lucca, fundada por los etruscos, y famosa por su tirano
Castracani (biografiado en el Príncipe del florentino Maquiavelo), fue el primer lugar en el que se
exilió Dante, y su decadencia coincide con la caída de Elisa, hermana de
Napoleón Bonaparte, la última Reina de Etruria. Su angostas callejas
medievales, las casas señoriales o su imponente torre delle ore, museos e
iglesias (San Francisco, San Michele o la Catedral de San Martin), proporciona
un ameno paseo hasta el anfiteatro romano, lugar ideal para tomar un buen
helado italiano.
Pero el destino era Firenze, la
ciudad de los Medici, fundadora del calcio en la Piazza Santa Croce y cuna del
Renacimiento. Nos alojamos en un hotel que fue un antiguo palacio florentino, y
residencia en el exilio del Rey del Rey Pablo de Grecia, con amplias
habitaciones. Volver a disfrutar del Ponte Vecchio, la Galeria de los Uffizzi,
el Duomo, los conciertos nocturnos de la Signoria, o perderse en el Barguello, San
Marcos, San Lorenzo o en la basílica del Santo Spirito, los jardines del
Palacio Pitti o los atardeceres en Belvedere (bella vista panorámica de
Florencia). Botticelli, Lippi, Miguel Angel, Donatello, Brunelleschi, Fra
Angelico, y tantos otros, te hacen sentir que la ciudad es belleza. Los
turistas lo son, y la gente es abierta, va con ganas de disfrutar. El toque
gastronómico lo pone una pequeña trattoria detrás del Duomo, en el que comemos
uno de los platos típicos, los callos a la florentina, en un abigarrado
ambiente de chefs cantores y público popular que se apretuja en las mesas,
entre chistes y carcajadas. Lugar de obligado paso es la reconstruida casa de Dante y la
capilla donde coincidía con su amada Beatriz en los oficios.
Una escapada a Pisa, es obligada.
Resultó al final un generoso día lluvioso, y pudimos ver bajo el paraguas y mucho
más frescos, una de las cuatro importantes repúblicas navales italianas del
renacimiento, en la que nació Galileo-Galilei.
También Arezzo o la misma
gibelina Siena, merecen una visita. Destacar de Siena la Piazza del Campo, lugar de la famosa
competición de caballos del Palio delle Contrade, su magnífico Duomo o la sede
del banco en activo más antiguo del mundo, el Monte dei Paschi en el Palacio
Salimbeni.
Una visita a la etrusca San Giminiano, denominada así en honor al Obispo que la defendió
de los Hunos de Atila, podemos comprobar
ésta ciudad medieval conserva las torres erigidas por sus burgueses, y de nuevo
nos encontramos con nuestro guía en este viaje. En el Balcón de Palacio del Podestá, junto a la
Torre Grossa, Dante dio uno de sus más famosos discursos para convencer a sus habitantes para que abrazaran la causa güelfa.
En todas direcciones el paisaje
Toscano, de suaves colinas de tierras rojas, entre tierras de labor de
cereales, coronadas por aldeas o pequeñas casas, con sus enhiestos cipreses y
rodeados de geométricos verdes olives o viñedos. El contemplar tranquilamente un
atardecer, en buena compañía, merendando aceite de oliva con una buena rebanada de pan, raveggiolo o
salami, regado con un vino tinto chanti, se convierte en una experiencia inolvidable. Sobre
todo cuando acaba poniéndose la cara completamente roja, por el sol, y los enamorados
empiezan a besarse contemplando las últimas luces del crepúsculo.
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