Cuando se abandona la larga
llanura manchega, en dirección al sur y Andalucía, raras veces te detienes en
el Paso
de Despeñaperros, en la pequeña localidad Jienense de Santa Elena.
Un monumento y un centro de
interpretación, rinden homenaje a la batalla de la Navas de Tolosa (1212), en
un año éste pasado de efemérides relacionadas con el Rey de Castilla Alfonso
VIII y su esposa normanda, Leonor de Plantagenet, una de las mejores reinas que
hemos tenido nunca.
Conviene tener en mente, que la
fundadora de las Huelgas Reales de Burgos, llegó a España por Navarra con 9
años, casó en Tarazona con Alfonso, y
falleció a finales de Octubre de 1214 en
Castilla, poco después que él, tras haberle
dado 10 hijos y forjado una dinastía que, expandiría el legado de la cultura
juglaresca y monástica del Cister (desde la añorada abadía Fontevraud en
Francia), en una mezcla sincrética con lo mudéjar, por toda la península. Era
Condesa de Gascuña por herencia materna de Aquitania y muchos gascones, solos o aliados en la
hueste aragonesa de Pedro II el Católico (mesnaderos montañeses oscenses
inclusive) vinieron a luchar a las Navas contra los almohades.
Pero lo que impresiona es la
orografía de un terreno, en el que se enfrentaron el gran ejército almohade
venido de su capital Marraquech, de la mano de su emir Al-Nasir, el príncipe de
los creyentes; y el ejército cruzado comandado por el Rey de Castilla Alfonso,
con el de Aragón por Pedro II el Católico. En la empresa, participaron cruzados franceses, caballeros y tropas
concejiles, clérigos e hidalgos, al que se unió a última hora el Rey de Navarra
Sancho el Fuerte, notándose la ausencia del Rey de León.
La que se conoce como la carga
conjunta de la caballería pesada española, cuando la Reserva de los tres Reyes
cristianos en la parte final de la batalla, y tras el llamamiento al sacrificio
definitivo del propio Rey Alfonso, al confesar al Obispo Ximenez de Rada de
Toledo que les esperaba seguro la muerte, bien podría servir de ejemplo a los
españoles de cómo superar unidos las adversidades. En esa batalla, combatieron
contracorriente caballeros y plebeyos castellanos, vascos, aragoneses y
catalanes. Y triunfaron abriendo las puertas de la reconquista de Andalucía,
entonces con diferencia el reino más rico y próspero de la península ibérica.
Continuamos nuestro camino sin
detenernos en Córdoba, en dirección a Sevilla a la que llegamos de madrugada,
cuando los primeros rayos de sol resbalan sobre el Guadalquivir y la Torre del
Oro. Tras un magnífico y abundante almuerzo sevillano, a base de tostadas,
huevos y jamón de Huelva recién cortado, nos encaminamos a la torre almohade de
la Giralda, para visitar la grandiosa catedral gótica. Mencionar sus tesoros,
capillas o dependencias y patios se
haría interminable. Entre sus tumbar reales y los alardes de riquezas en oro y
plata, propio de la época del siglo XVI,
hay que hacer mención a la del Almirante Cristóbal Colón, artífice del
origen de buena parte de este legado. Se hace imprescindible visitar el Archivo
de Indias, en el que se recopilan documentos de la exploración, conquista y
evangelización de América, que pudimos admirar, por lo que suponía el descubrir
un mundo totalmente nuevo: pueblos, riquezas, culturas, animales exóticos y
plantas.
Tras una vuelta por las
abigarradas callejas del barrio de Santa Cruz,
donde uno esperaba encontrarse con alguna reminiscencia cervantina, nos
adentramos en la Casa de Pilatos, alegoría de la Semana Santa Sevillana, en un
solar expropiado por la Inquisición, se construye un Palacio
Renacentista-mudéjar, que Marques de
Tarifa, tras una estancia como Virrey en Nápoles, convierte en una colección de
valiosísimos objetos artísticos y esculturas romanas.
Pero el motivo fundamental de
recalar en Sevilla, que fue reconquistada por el nieto de Leonor, Fernando III el Santo, era visitar los Reales
Alcázares una vez más. Estos lugares gótico-mudéjares, plagados de historia y
coetáneos de la Alhambra, tuvieron en su origen fines militares (evitaron un
saqueo vikingo en época califal) para pasar a ser luego dependencias palaciegas
y de descanso de los Reyes. Las salas del palacio y los jardines son el
escenario elegido para el rodaje de la serie Juego de Tronos, serie ambientada
en el enfrentamiento entre los Lancaster y los York, de la Guerra de las dos
Rosas en Inglaterra, que esperamos con avidez ver en la próxima temporada
(Reino de Dorne al sur de poniente se recrea en Sevilla y las ocho Serpientes
de Arena entran en acción, en un ambiente de época en los Jardines del Agua).
No hay que marcharse de Sevilla
sin visitar la parte nueva, pasando por el Palacio de San Telmo y adentrándose
en el Parque María Luisa por la Plaza de España, recordar la figura inquietante
de los Montpensier. Con un verano caluroso, el pasear por sus 34 hectáreas de
glorietas y jardines, acondicionados para la Exposición Universal Hispanoamericana de 1929, con la huella del
paisajista francés Le Forestier, es un
suspiro para los turistas y sevillanos que no se han ido a la costa.
En nuestro camino siguiendo el
curso del gran Guadalquivir, nos acercamos a Coria del Rio, la población de los
Samurais Japoneses convertidos al catolicismo por los misioneros franciscanos,
dejando los laberintos de Agua, arrozales y marismas de Isla Mayor y Cabezas de
San Juan, donde ha rodado otra gran película española, La Isla Mínima. El
camino acaba en Sanlúcar de Barrameda, puerta del Rocío y lugar de llagada de
las Flotas de Indias. De aquí partió Colón en su tercer viaje (volvería
encadenado con sus hermanos al final del mismo) y punto de llegada del cuarto y
último viaje. El lugar es paso a Doñana y lugar de peregrinación hacia el
Rocío. Desde la casa de hielo, se puede disfrutar de la historia de estos
parajes únicos. Desde la formación, o propiedad del parque, hasta sus ilustres
huéspedes.
Llegando a Chipiona, que es la
playa de Sevilla, y lugar de descanso eterno del gigante Gerión, se atisba un
trabajo propio de Hércules el recorrer su larguísima playa, que llega desde la
desembocadura del Guadalquivir hasta Costa Ballena en Rota.
Es curioso el sistema de pesca
que usaron para pescar con los flujos de las mareas, los corrales marinos y el
imponente Faro de origen romano, el más grande de España, y visible desde las
paradisiacas playas del parque de Doñana y de la vía fluvial del Guadalquivir
hacia el Puerto de Sevilla. El Santuario de Nuestra Señora de la Regla y el
Castillo árabe son otros puntos donde perderse, tras visitar alguna de sus
marisquerías o degustar su delicioso Moscatel en alguna de sus numerosas
bodegas.
Su larguísima y concurridísima
playa, se presenta llena de personajes autóctonos, risueños y comunicativos. Se
muestran muy felices, y aquí nadie se plantea ningún hecho diferencial o
reivindicación territorial alguna.
Una de las razones, bien pudiera
ser, que según datos de Hacienda los Andaluces reciben del resto del Estado
7.421 millones (cifra que contrasta con los 8.455 millones que aportan los
catalanes), siguiendo una metodología neutra sobre balanzas fiscales. Es decir,
que la solidaridad de una región bastante rica ahora financiaría a otra pobre,
incluyendo lo que se destina a Ceuta y Melilla (702 millones). En la época de
la Reconquista, la situación era justamente la contraria, y Andalucía fue un
lugar de emigración y fuente de recaudación fiscal recurrente. Otra pregunta
que queda en el aire, es el porqué la autonomía política ha sido tan nefasta
para una región tan rica en un pasado no tan lejano y con tantos recursos
naturales y humanos. Clientelismo y miedo al cambio, o una identidad inventada,
quien los sabe.
Una visita obligada es acercarse
a la Sanlúcar de Barrameda, para visitar
el Palacio Ducal de Medina Sidonia, sede de la Casa de los Álvarez de Toledo, y
antes de los Grandes de España Pérez de Guzmán (descendientes de militar y
noble leonés Guzmán el Bueno, defensor heroico de Tarifa). Degustar el vino
manzanilla junto a unas buenas tapas es obligado.
Al ser un lugar de partida a las
Indias, asi como partida de la circunvalación de la tierra por parte de Magallanes
y El Cano, hay multitud de Conventos de las diversas congregaciones, en el que
destacan las Carmelitas, además de numerosas Iglesias y Palacios.
Sus extensas playas, que se
conocen como Costa de la Luz, el comercio y la actividad portuaria, se ve realzada
por el paso natural en barcaza de la Romería del Rocío.
Para hacer un recorrido por el
parque hay que coger un transbordador que te cruza a Doñana, y salvo que vayas
en bici o a pie, tienes que obligatoriamente ir en una expedición con guardas
del parque en todoterrenos. Comenzando por las interminables playas, los
paisajes de dunas, los corrales de pinos reforestados mediterráneos y las
marismas, nos encontramos en un lugar salvaje donde se oculta el lince,
jabalíes, ciervos y gamos, ánsares, águilas imperiales ibéricas, águilas
culebreras, garcetas, garzas reales, espátulas, ibis o flamencos, entre una
flora exuberante de lentiscos, pinos piñoneros, retamas, romeros, rosales
salvajes o enebros marítimos. Peces y anfibios, insectos variopintos y varios
Palacios como oasis entre las estepas, el más antiguo el de Lomo de Grullo, que
data de tiempos Alfonso X el Sabio y estableció un coto real, el Palacio del
Acebrón construido por los Medina Sidonia, propietarios durante siglos del coto
(el nombre del coto proviene de la Marquesa Ana Gómez de Mendoza y Silva, hija
de la emparedada Princesa de Eboli), o
el Palacio de las Marismillas, conocido por ser lugar de asueto ecológico de
los políticos y estadistas, en especial Presidentes de Gobierno de España desde
Felipe González. El lugar tiene algo especial, en el disfrutaron Cayetana de
Alba (XIII duquesa) recién enviudada del propietario XV Duque de Medina
Sidonia, con el pintor de las majas vestida y desnuda Francisco de Goya. Y
también antes el propio Francisco de
Quevedo, que asistió a una cacería del Rey Felipe IV en el Coto, en busca del
favor Real (Sus venablos literarios como el lanzado a la Reina Mariana: entre
el clavel y la rosa, su majestad es-coja; le habían hecho caer en desgracia por
hablar demasiado y claro). Fue una invitación del IX Duque de Medina Sidonia, a la que
asistieron 12.000 personas entre invitados y sirvientes, cuyos banquetes e
intendencia hicieron un verdadero
estrago en la potentísima economía ducal.
En Jerez de la Frontera, de nuevo
nos adentramos en la Andalucía con más sabor.
Partiendo de su magnífica Muralla y Alcázar, su Colegiata Catedral y las múltiples
iglesias o Monasterios como el de la Cartuja, no hay que perderse el Palacio de
Abrantes (Escuela Andaluza de Arte Ecuestre) o el Palacio de Bertemati, sede de
la diócesis de Asidonia-Jerez. Pero lo
que realmente nos sorprende es el Palacete Neoclásico Victoriano conocido
como Museo del Tiempo, con su vasta
colección los relojes y bastones, en su día propiedad de los Ruiz Mateos.
Pero se la conoce por sus Bodegas
(Garvey, Domecq, Gonzalez-Byass, Estévez, Sandman ,etc..) y por sus vinos. Las
primeras vides fueron traídas por los fenicios a la zona de Jerez en torno al
1100 a. C. que se cocían para transportarlo en sus barcos, con una
graduación muy alta. En el año 138 a. C.
Escipión Emiliano, el que logró someter a Numancia, pacifica la región y
comienza a exportar sus delicatesen a la metrópoli: vino, aceite de oliva y el célebre garum (una especie de pasta de
pescado en salazón parecida al escabeche).
En el siglo octavo con la llegada
de los árabes a España, se sigue consumiendo vino a pesar de la prohibición del
Corán. En 966, el gran Almanzor, decide arrancar las vides, pero los jerezanos
convencen al califa Alhaken II, de que las uvas pasas daban energía en el
combate a los soldados, logrando salvar un tercio de las vides.
Tendría que ser Alonso X el que
sabiamente, y con la reconquista definitiva en 1264, expandiese el consumo del
vino. Los cristianos no solo bebían vino y comían cerdo para diferenciarse de
los musulmanes o judíos. Incluso se lo daban a beber a los caballos para
estimularles antes de las batallas. Ya entonces, en el siglo XII, se enviaba el
vino a Inglaterra, donde se empezó a conocer por el nombre árabe de la ciudad,
"Sherish", origen de la palabra “sherry”.
El Puerto de Santamaría, también
reconquistada por Alfonso X el Sabio, con su Alcazaba y su monumental plaza de toros y sus
incontables bodegas, es un buen lugar para seguir la ruta del Asedio, la novela
de Arturo Pérez Reverte. Como mejor se llega a Cádiz es por barco desde el
Puerto, y te haces a la idea de la importancia estratégica de la tacita de
plata. Ya el gran Fernando el Católico quiso fundar Puerto Real, para tener
naves reales en la bahía, y no depender tanto de la flota de Rodrigo Ponce de
León, Duque de Cádiz (no confundir con el Palentino Juan Ponce de León,
legendario Gobernador de Puerto Rico y descubridor de Florida y de la Corriente
del golfo, que fue paje de Fernando el
Católico en Aragón y luego se embarcaría con Colón a explorar las Indias). En
este puerto navegó por primera vez Isabel
la Católica, tenedora ya de una poderosa flota de guerra con naos
castellanas y aragonesas.
Cádiz fue fundada por los
fenicios sobre el 1104 a. C., cuando naves procedentes de Tiro y Sidón
recalaron en su puerto natural. De ahí los toponímicos de Asidonia, y de los
abundantes restos arqueológicos púnicos y hasta de objetos egipcios que se
encuentran en las necrópolis en toda la zona.
Atravesando la bahía en barco (la
melodía marinero de luces en la cabeza, mirando el presidio del puerto),
dejando a la izquierda la Isla de Trocadero con sus caños, y una vez que llegas
al puerto, después de pensar bien podría ir navegando en la Surprise, con Jack
Aubrey y el Doctor Maturin (ya por fin convencido de la bonanza de la reunificación de Irlanda, frente a la secesión catalana), te encuentras solo desembarcar con una estatua de
Blas de Lezo, que vivió en el Puerto de Santamaría con su familia. Se ve que
los gaditanos no temen a las críticas de nadie, y fueron los primeros en emular
a los de Cartagena de Indias, honrando al héroe que impidió la conquista
británica de Sudamérica. Este bravo marino de Pasajes, al que sus
guardiamarinas llamaban Makila Hanka, es el mejor embajador de ésta gran puerta
de América que fue Cádiz. Nos perdemos por la bulliciosa ciudad, sus Arcos, su
Catedral Nueva, la Casa del Obispo o la Antigua Cárcel Real. Los baluartes y
Castillos (Santa Catalina o San Sebastián), las Alamedas, Playas como la
Caleta, Plazas como San Felipe Neri (oratorio y museo de la Primera
Constitución) o la Torre de Tavira. Todo lleno de recuerdos del pasado y de personajes reales. Recordaba
una obra de que vi hace poco ambientada
en la ciudad, relacionada con el mundo más subterráneo, carnavalesco y
canallesco, pintoresco y vivo, también en el que el sentido del humor tan
guasón, muy negro, te ayuda a evadirte de una realidad también como la ciudad,
con sabor salado y decadente.
El museo constitución adosado
histórica iglesia-oratorio de San Felipe Neri (sede de las Cortes de Cádiz y
lugar de discusión y aprobación de la famosa Constitución de 1812, también
llamada la Pepa). Perderse por el centro y subir a la torre Tavira es
obligatorio, no sin antes reponer fuerzas comiendo en alguna tasca típica una
fritá, o una tortilla de camarones, huevas fritas o pescaditos, con un buen
fino o manzanilla previa, para no
desentonar con el paisanaje.
Voy pensando en volver a casa,
tal vez la Ruta de la Plata, y ya con poco circulante, esa sea una buena carta de
navegación en la que enfilar nuestra Carabela vital rumbo a nuestro Norte.
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