Aquellos a los que nos gusta la montaña, no nos resulta nada difícil
cruzar el Ebro y plantarse en los Montes Obarenes, para adentrarse en la remota
localidad de Valpuesta.
Enclavada en las Merindades, protegida al sur por la Sierra de
Aracena, en el Valle de Valdegovía (políticamente de Álava), este pequeño
reducto del pasado, cuenta con un conjunto histórico, arquitectónico, cultural
y natural singular.
La historia comienza en el año 804, cuando el Obispo de Auca, Juan,
llega a la pequeña aldea huyendo de la ocupación musulmana en la Sierra de la Demanda. Erige su iglesia, sobre
una visigoda, germen de la actual Colegiata de Valpuesta, y establece su
autoridad entre los eremitas, que desde el siglo IV, se refugiaban en cuevas por
la zona, ampliando su influencia fundando el Abad Avito en 822 el Monasterio de San Román de Tobillas (la Iglesia prerromanica bien conservada) y el de San Saturnino de Unceca (desaparecido).
En la Edad Media, se produce la época de máximo esplendor, cuando se
erige la Iglesia Románica (luego evoluciona al gótico) y el monasterio de Santa
María de Valpuesta, con su scriptorium y biblioteca (que sería quemada por los franceses
del General Víctor en 1808, en plena ola de frío) y el Palacio Episcopal y sede del Arcedianato (lo serán varios papas, entre otros Alejandro VI, el Papa Borgia) tras
el traslado del Obispo a Burgos en 1087, junto a la Torre de defensa. En la actualidad
separadas, por la piqueta de la modernidad, han dado lugar a la Torre de los Condestables
y al Palacio del Inquisidor Zaldivar.
Pero lo más importante, son sin duda los becerros Gótico (de letra
visigótica) y Galicano (de letra carolina) de Valpuesta. Los célebres cartularios, unos 150 años
anteriores a las glosas Emilianenses y Silenses, y son las primeras muestras
del castellano (nuestro idioma español común) escrito.
La copia del segundo Códice (siglo XIII) corrige al primero
(IX), que está escrito en un latín contaminado por la lengua protorromance, que era la que hablaba
la gente del valle, nuestro castellano antiguo, y confrontando la diferencia entre el precastellano y el latín culto, podemos establecer una especie de piedra roseta del idioma español.
Se llaman becerros, por el soporte, dado que son documentos que copiaban los monjes para su
conservación en vitela o piel de cuero de novillo, de todo tipo de documentos, procedentes de los archivos
reales, del obispado y de los
monasterios cercanos; relativos a donaciones,
juicios, ventas, cambios, y todo tipos de contratos.
El origen de esa manera popular de hablar que nos muestra el Códice Gótico, está en que en estos valles norteños, se concentró muchísima población mozárabe (cristianos de origen romano que vivían en zonas ocupadas por los musulmanes) del Duero y aledaños, e hispano-visigodos que huían de la represión (sobre todo fiscal) que ejercía nuevo orden califal, y que hablaban el idioma mozárabe (mezcla de términos orientales y latinos, usaba caligrafía árabe) o el latín vulgar, y que se encontró con los pastores vascones, que conservaban la lengua prerromana euskara. En los monasterios, el lenguaje culto era el latín, pero los monjes vivían en contacto directo con el pueblo, y escuchaban un lenguaje de síntesis que utilizaba elementos fonéticos y gramaticales sincréticos, que dieron lugar al romance o castellano antiguo, que sirvió a los habitantes de estos valles para comunicarse e interaccionar entre sí. Resulta curioso que muchos de los documentos, traten sobre viñedos, que debieron ser fundamentales en la economía ganadera de la zona y contribuir al crecimiento de la población (optimo climático medieval), y posterior inicio, junto a Covadonga, del proceso histórico conocido como la Reconquista. Todavía perviven las tradicionales romerías del tercer domingo de pascua, que muestran una comunidad natural, y que no entiende de fronteras artificiales (Villanueva de Valdegobía, Nograro, Quejo, San Zadornil, San Millán, Villafría, Arroyo, Basabe, Pinedo y Mioma, los alcaldes de sus menguadas poblaciones siguen portando cruces con el nombre de sus localidades) o que le pregunten a Carlos Garaicoechea, cuando accedió a la lehendakaritza, y se perdió en Valpuesta, pensando que era Alava.
El origen de esa manera popular de hablar que nos muestra el Códice Gótico, está en que en estos valles norteños, se concentró muchísima población mozárabe (cristianos de origen romano que vivían en zonas ocupadas por los musulmanes) del Duero y aledaños, e hispano-visigodos que huían de la represión (sobre todo fiscal) que ejercía nuevo orden califal, y que hablaban el idioma mozárabe (mezcla de términos orientales y latinos, usaba caligrafía árabe) o el latín vulgar, y que se encontró con los pastores vascones, que conservaban la lengua prerromana euskara. En los monasterios, el lenguaje culto era el latín, pero los monjes vivían en contacto directo con el pueblo, y escuchaban un lenguaje de síntesis que utilizaba elementos fonéticos y gramaticales sincréticos, que dieron lugar al romance o castellano antiguo, que sirvió a los habitantes de estos valles para comunicarse e interaccionar entre sí. Resulta curioso que muchos de los documentos, traten sobre viñedos, que debieron ser fundamentales en la economía ganadera de la zona y contribuir al crecimiento de la población (optimo climático medieval), y posterior inicio, junto a Covadonga, del proceso histórico conocido como la Reconquista. Todavía perviven las tradicionales romerías del tercer domingo de pascua, que muestran una comunidad natural, y que no entiende de fronteras artificiales (Villanueva de Valdegobía, Nograro, Quejo, San Zadornil, San Millán, Villafría, Arroyo, Basabe, Pinedo y Mioma, los alcaldes de sus menguadas poblaciones siguen portando cruces con el nombre de sus localidades) o que le pregunten a Carlos Garaicoechea, cuando accedió a la lehendakaritza, y se perdió en Valpuesta, pensando que era Alava.
La Colegiata es una joya con humedades, que requiere muchas más
inversiones, y que bien podrían verse
complementadas con las aportaciones del bien dotado Gobierno Vasco. Sería una
muestra de generosidad para con el patrimonio común de España, y muestra de
reconciliación, que se colaborase en
esta tierra de todos. Se ha de conservar el magnífico retablo mayor con sus
doce apóstoles, atribuido a Felipe Bigarny, las vidrieras del siglo XIV y los
retablos laterales, donde destaca una efigie de la Santísima Trinidad, que
recuerda a influencia del Obispo de Ávila Prisciliano, que tuvo muchos
seguidores en estos valles en el siglo IV.
Otra de las capillas que hay que visitar es la casona del siglo XIV en
la que va a comer, cuando visita la zona, entre otros, el famoso chef Martin Berasategui (Estupendos Pintxos e inolvidable bacalao en tempura de tinta de calamar con ajos crema de ajos).
Pero lo mejor de Castilla la Vieja está en su naturaleza, en los aledaños de Valderejo, encontramos en San Zadornil, un micro clima que funde
el bosque mixto fronterizo entre las
variedad mediterráneas (roble, pinos, encinas, majuelos, endrinos y madroños), y
la atlántica (haya, castaño, tejo, serbal y acebo), que se ha visto enriquecido
con especies foráneas, como los Alerces (de los Cárpatos) o las secuoyas (de
Oregón) que fueron introducidas a mediados del siglo pasado por los ingenieros forestales.
No hay lobos, pero si huidizos gatos monteses, corzos y colonias de
ruidosos jabalíes, que pueden sorprender a los que hacen senderismo (como
nosotros), cuando irrumpen en manada por el bosque del valle. Los buitres
leonados y los abantos, sobrevuelan los cielos en este otoño tardío, en el que
echamos de menos ya una buena nevada.
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