Los
romanos llamaron a la Península Ibérica, la tierra de los conejos. No se sabe
si por alusiones o mera burla institucional contra el fisco, hemos llegado a
ver vender zanahorias a 13 euros en la entrada de un teatro, sin conciencia
defraudadora y con derecho a visionar una verdadera cunicular obra como diría
diría el historiador griego Polibio.
Lo
cierto es que conversaba esta semana pasada con dos grandes actores
profesionales, conocidos y admirados, sobre la vida de los actores o bien
llamados en su caso cómicos. De los verdaderos, no de los mediatizados por la
política y la subvención, que tanto daño hacen a éste país, y sinceramente me
decían que donde mejor estaban eran en los escenarios. No tuve más remedio que
apostillar que en efecto, las cosas se veían mucho mejor desde allá arriba,
porque desde abajo la realidad es tan dura como con fina ironía nos tratan de hacer ver los actores.
Consciente
de ello me acerco a ver la obra Tío Vania del gran dramaturgo Chejov, pagando
gustosamente todos los impuestos, y de nuevo la maravilla del teatro que te
hace soñar. Sobre todo cuando es bueno de verdad, y este lo es, con sus
personajes tan cercanos, tan parecidos a nosotros, tan actuales. Son esas vidas
inútiles, tediosas y solitarias de personas incapaces de comunicarse entre
ellos y sin posibilidad de cambiar una sociedad que saben que es inherentemente
errónea y fatalista.
Entre los personajes, destacar al central caracterizado
por el profesor retirado Serebriakov, personaje que podría representar al
intelectual admirado, prestigioso erudito, que es el orgullo de la familia
entera y de su joven esposa Elena, pero que comienza a ser cuestionado con el
paso del tiempo, especialmente por su cuñado Vania, por su carácter
presuntuoso, maniatico y egoísta. No podía dejar de pensar, en la butaca, en
las figuras que recientemente nos han deslumbrado a los españoles, llámense
políticos, jueces estrella, constructores o banqueros y el desengaño que nos
han producido sus actos con el devenir de los mismos. Hay una escena
conmovedora, en la que el viejo profesor propone vender la granja que explota
laboriosamente el Tio Vania y su propia hija, para comprar una casita junto al
Mar lejos del campo, invirtiendo el resto del capital en la segura y rentable Deuda del
Estado. Vanía, sintiéndose desahuciado junto a su sobrina y resto de la
familia, le recrimina su dedicación abnegada para conseguir ingresos con los
que pagar su vida exitosa política en la ciudad, a costa del sacrificio
personal de su propio futuro o el de su propia hija soltera. Un Tio Vania
extremadamente furioso, va a buscar un revolver con el que dispara sin éxito a
Serebriakov, entrando luego en una depresión en la que intentará suicidarse
robando una capsula de morfina a su amigo el Doctor Astrov. Va a ser la bondad
de su sobrina, la que consigue aplacar la conducta suicida y la vuelta a la
rutina, tras la partida de Serebriakov y su esposa, lo que calmará la situación.
Al hilo de esta escena, pienso que en la actualidad
vivimos tiempos difíciles, con personas que piensan que es demasiado tarde para
cambiar, y que cada persona oculta una serie de decisiones erróneas, que en su
día fueron poco meditadas y mal planteadas, pero que requieren un poco de
compasión por parte de esta sociedad tan oportunista e insensible.
Nosotros somos responsables de nuestra vida, no tenemos
que culpar a los que nos influyen (“Si hay una pistola colgada en la pared en
el primer acto, debe dispararse en el último”)
Como diría Chejov de cualquiera de sus desahuciados
personajes de esta magnífica obra “Los hombres comen, duermen, fuman y dicen
banalidades y sin embargo se destruyen”.
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