lunes, 12 de noviembre de 2012

El Tío VANIA de CHEJOV y los DESHAUCIOS



Los romanos llamaron a la Península Ibérica, la tierra de los conejos. No se sabe si por alusiones o mera burla institucional contra el fisco, hemos llegado a ver vender zanahorias a 13 euros en la entrada de un teatro, sin conciencia defraudadora y con derecho a visionar una verdadera cunicular obra como diría diría el historiador griego Polibio.


Lo cierto es que conversaba esta semana pasada con dos grandes actores profesionales, conocidos y admirados, sobre la vida de los actores o bien llamados en su caso cómicos. De los verdaderos, no de los mediatizados por la política y la subvención, que tanto daño hacen a éste país, y sinceramente me decían que donde mejor estaban eran en los escenarios. No tuve más remedio que apostillar que en efecto, las cosas se veían mucho mejor desde allá arriba, porque desde abajo la realidad es tan dura como con fina ironía nos tratan de hacer ver los actores.


Consciente de ello me acerco a ver la obra Tío Vania del gran dramaturgo Chejov, pagando gustosamente todos los impuestos, y de nuevo la maravilla del teatro que te hace soñar. Sobre todo cuando es bueno de verdad, y este lo es, con sus personajes tan cercanos, tan parecidos a nosotros, tan actuales. Son esas vidas inútiles, tediosas y solitarias de personas incapaces de comunicarse entre ellos y sin posibilidad de cambiar una sociedad que saben que es inherentemente errónea y fatalista.



Entre los personajes, destacar al central caracterizado por el profesor retirado Serebriakov, personaje que podría representar al intelectual admirado, prestigioso erudito, que es el orgullo de la familia entera y de su joven esposa Elena, pero que comienza a ser cuestionado con el paso del tiempo, especialmente por su cuñado Vania, por su carácter presuntuoso, maniatico y egoísta. No podía dejar de pensar, en la butaca, en las figuras que recientemente nos han deslumbrado a los españoles, llámense políticos, jueces estrella, constructores o banqueros y el desengaño que nos han producido sus actos con el devenir de los mismos. Hay una escena conmovedora, en la que el viejo profesor propone vender la granja que explota laboriosamente el Tio Vania y su propia hija, para comprar una casita junto al Mar lejos del campo, invirtiendo el resto del capital en la segura y rentable Deuda del Estado. Vanía, sintiéndose desahuciado junto a su sobrina y resto de la familia, le recrimina su dedicación abnegada para conseguir ingresos con los que pagar su vida exitosa política en la ciudad, a costa del sacrificio personal de su propio futuro o el de su propia hija soltera. Un Tio Vania extremadamente furioso, va a buscar un revolver con el que dispara sin éxito a Serebriakov, entrando luego en una depresión en la que intentará suicidarse robando una capsula de morfina a su amigo el Doctor Astrov. Va a ser la bondad de su sobrina, la que consigue aplacar la conducta suicida y la vuelta a la rutina, tras la partida de Serebriakov y su esposa, lo que calmará la situación.


Al hilo de esta escena, pienso que en la actualidad vivimos tiempos difíciles, con personas que piensan que es demasiado tarde para cambiar, y que cada persona oculta una serie de decisiones erróneas, que en su día fueron poco meditadas y mal planteadas, pero que requieren un poco de compasión por parte de esta sociedad tan oportunista e insensible.

Nosotros somos responsables de nuestra vida, no tenemos que culpar a los que nos influyen (“Si hay una pistola colgada en la pared en el primer acto, debe dispararse en el último”)

Como diría Chejov de cualquiera de sus desahuciados personajes de esta magnífica obra “Los hombres comen, duermen, fuman y dicen banalidades y sin embargo se destruyen”.  

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