Los idiomas siguen siendo una de las grandes preocupaciones de los Españoles. Así lo corrobora un estudio de Cambridge University Press, la editorial de la prestigiosa Universidad inglesa que ha realizado una exhaustiva encuesta de cien preguntas entre 1.700 españoles de todas las comunidades autónomas
La encuesta, aparte de acaba con algunos mitos de clasificación entre regiones pobres o ricas, ya que el ranking nacional de españoles que han viajado al extranjero para aprender un idioma lo tienen los andaluces (33%), los habitantes de Baleares son los más reticentes a la hora de salir del país para mejorar su inglés. También, el mayor porcentaje de estudiantes de inglés se registra en Murcia (36%), seguido por castellano-leoneses (34%) y gallegos (32%), y frente a ellos Cataluña (18%) es la comunidad donde los alumnos menos interés tienen por el estudio del inglés, quién sabe si gracias a sus idiomáticos anhelos identitarios.
Lo cierto es que solo un 10% de los españoles lo habla con fluidez, pese a que muchos más lo estudian, incluso en la escuela e institutos bilingües. Y es que el ingles tiene una particularidad que exaspera a los españoles, y es que no se pronuncia como se escribe. De ahí que todo intento académico de enseñar este idioma, sea una encomiable labor condenada al fracaso. Por eso, los que eligen la estrategia de aprendizaje oral, acogiéndose a un entorno de inmersión lingüística, consiguen el ansiado premio de pertenecer al selecto club del 10 %. Este privilegio de comunicarse con el resto del mundo, es lo primordial en el aprendizaje de éste bonito, rico y sonoro idioma.
En los partidos políticos se habla poco inglés. Sin embargo, el idioma jurídico incontable, se maneja con soltura. Digamos que empezaron funcionando en la transición, primero como pequeños barcos de pesca dirigidos por un patrón o armador, para luego pasar a funcionar como medianas PYMES, en las que se reclutaba para la gestión política siguiendo criterios de afinidad, familiaridad o por simple recomendación. Pese a haberse convertido en las primeras agencias de colocación del país, eso de buscar curriculums brillantes, cazatalentos, o personajes excelentes, eran modernidades foráneas que no debían introducirse en aras a la confianza y a la fidelidad política debida a los líderes con despacho oficial. Con este panorama, olvídense de que aparezcan los grandes reformadores del Estado y prepárense a grandes recursos para gastos en las ya mastodónticas campañas electorales, y aténganse a ser sujetos pasivos de una hiperlegislación, con escasa o nula transparencia.
En la España actual los políticos de media tienen un nivel cultural incluso inferior al nivel educativo medio del país. Es más, de los titulados sobreabundan en derecho y economía, y los hay muy pocos en ingeniería o ciencias puras. Los que saben inglés, alguna vez han abierto cuentas en el extranjero por curiosidad.
Llegados a este punto, y con un esperpento de país a la altura de los Gurtélidos, Eregates, Amy Martin, Duques empalmados o Políticos alpinistas (recuerdan las subidas catalanas al Aneto o las cabronas nuevas vías para alcanzar el Everest con la familia asesorando al partido), ha sido la cualidad de saber idiomas, el rasgo distintivo que diferencia a los muchos políticos viajeros alrededor del mundo, de los no pocos que desafortunadamente van o vienen a Andorra, Gibraltar, isla de Man, Barbados; Singapur, Islas Vírgenes, Panamá o Delaware de la mano de la corrupción política.
Esa gran enfermedad social que padecemos todavía, una parte influyente de nuestra sociedad; y comienza cuando nos invade el sentimiento del ridículo al hablar en público siquiera en español. Nos rasgamos las vestiduras con la amnistía fiscal asesorada, pero nos enorgullecemos de no pagar al fisco si no nos practican retención, o somos los mejores pícaros para cobrar indebidamente con las leyes de dependencia (30.000 personas, que no hubieran dudado en reclamar si el pago hubiera sido a la inversa), falsificar certificados de estancia para descuentos en los vuelos, meter a los terroristas a cargos públicos bien remunerados, o pedir presionando que aprueben a nuestros hijos vagueantes, aún a sabiendas de que no saben nada. Esta es la moral democrática políticamente correcta, el derecho a mentir como coartada y la incapacidad de decir la verdad ni siquiera a uno mismo.
La mayor corrupción de este país es sin duda la desilusión y el desencanto con la política, y que nadie de un paso al frente para movilizar, para declarar la guerra a la estupidez, a la incultura, a la desvergüenza colectiva, movilizando todos los recursos, los capitales, las ideas, con el único objetivo de acabar con este quebrado Estado insostenible de conformismo y resignación.
Se necesitan políticos ilustrados para hacer grandes reformas, para liderar y sacar adelante nuestra enferma sociedad, no para tapar escándalos, mantener empleos o jabonar traseros. Hay que recuperar la honradez y la humildad del trabajo bien hecho, a las personas expertas y valiosas, las que nos enseñaron valores de esfuerzo y austeridad, y que hemos desterrado de nuestra vanidosa y televisiva vida ciudadana.
Aprendamos algo de la cultura anglosajona, de su respeto a la Ley y de los matices de su idioma, pero hagámoslo sin dogmatismos y sin engaños. Hace falta una normalización tanto moral como lingüística en nuestra vida cotidiana, para que la gente sepa desenvolverse tanto dentro como fuera de España con dignidad..
Muchos jóvenes, que creen en su futuro inmediato, lo están haciendo: pero la mayoría de nuestros políticos, que solo piensan en su salario privilegiado o en permanecer en el cargo como sea, o sacar al rival del poder por procedimientos poco democráticos, recurriendo al golpismo si fuere menester, a la manipulación y al engaño, como se hizo desde los inicios de la misma transición democrática.
A nadie podrán convencer que en un país con 6 millones de parados y un paro juvenil de 55 % haya unos principios democráticos claros. Cuando en la trastienda hay una casta social con privilegios (desde fueros fiscales, aforamientos judiciales, fundaciones y derecho indultar a quién quieran) los ciudadanos no son iguales ante la Ley.
Se hace necesaria una reflexión, para que cambiemos de una vez Leyes, Estatutos, Constituciones, pero sobre todo y antes, que lo hagamos nosotros. Que se empiece a dar ejemplo, que se dimita o abdique, que se limpie el sistema. Pero que se haga de manera interna, sin el recurso a procedimientos manipuladores o golpistas, sin algaradas, atentados o titulares tremendistas.
Ese tipo de prácticas, pueden hundir tanto al país como a los propios políticos que juegan impunemente con ellas, porque la transición democrática está a punto de acabarse, y los riesgos son ya del todo ilimitados. Tan solo es necesario que la gente se responsabilice de una vez por todas de su futuro.
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