Siempre hay un fin de semana en invierno, en el que puede cogerse la carretera a contracorriente de la mayoría, y acercarse al gran Madrid para ver fantásticas exposiciones pictóricas, o ver de paso alguna manifestación, que siempre las hay en la Villa y Corte, ahora más con los recortes.
El objetivo primario era ver el Legado de la Casa de Alba, sin duda un gran acierto de divulgación, con unas piezas únicas sin las cuales es imposible entender la actual historia de España o nuestra histórica preponderancia cultural, pese a nuestras tribulaciones contemporáneas. De las Obras de Fra Angélico, a manuscritos de Colón, paisajes de José Ribera, o los clásicos retratos de Goya, me impresionó sobre todo el retrato de Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, abulense natural de Piedrahita, el tercero y Gran Duque de Alba. Su efigie juvenil, retrata a un hombre inteligente, sensible y muy culto, que pasaría a la historia por ser el mejor general al mando de nuestros más europeos ejércitos, la Infantería española de los Tercios. Educado en el mundo de las letras por el barcelonés Juan de Boscán, y a su vez amigo del también poeta y militar toledano Garcilaso de la Vega. Parece como si tímidamente nos ocultara una lírica arenga:
Señores visitantes y soldados:
Como aquel que en soñar gusto recibe,
su gusto procediendo de locura,
así el imaginar con su figura
vanamente su gozo en mí concibe.
Otro bien en mí, triste, no se escribe,
si no es aquel que en mi pensar procura;
de cuanto ha sido hecho en mi ventura
lo sólo imaginado es lo que vive.
Teme mi corazón de ir adelante,
viendo estar su dolor puesto en celada;
y así revuelve atrás en un instante
a contemplar su gloria ya pasada.
¡Oh sombra de remedio inconstante,
ser en mí lo mejor lo que no es nada!
En frente, en el Museo Thyssen-Bornemisza, una magnífica exposición de paisajes impresionistas, con deslumbrantes obras, de entre otros, Monet, Sisley, Constable, Renoir, Dupré, Rouseau, Cezanne, Corot o del mismo Van Gogh.
Algo después en la Fundacion Mapfre, para ver impresionistas y postimpresionistas creadores del arte moderno, así como la colección dedicada a las Luces de Bohemia, de la mano de Monet, Renoir, Cezanne, Pissarro, Lautrec, Anquetin, Van Dongen, hasta nuestros Goya y Picasso.
Es asombrosa la metamorfosis ha sufrido Madrid, y nosotros con ella. Estamos dispuestos a pagar 12 euros por una exposición de obras maestras, dignas del Museo de Orsay, o procedentes de recónditos lugares como L’hermitage, y podemos comer a precios de cafetería del Congreso por apenas 7 euros y pico, muy bien por cierto, a base de unos imaginativos menús populares, que recuerdan al Madrid más popular y castizo.
El colofón lo ponemos en el Canal de Isabel II, visitando Pompeya, Catástrofe bajo el Vesubio, que me hace pensar en un país oficial en llamas, con ciudadanos sorprendidos por el volcán de la crisis, sin decidirse a protagonizar de momento el resurgimiento, cuán ave fénix, de nuestro proyecto nacional común. Mientras tanto, contemplamos a posiblemente confiados políticos cuán estatuas yacentes, que desafían inertes los devastadoras efectos de las cenizas de la corrupción.
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