viernes, 1 de julio de 2016

EL AGUILA SOLITARIA DE LOS PICOS DE URBION: LA CELTIBERIA Y LA TIERRA DE ALVARGONZALEZ.

La Celtiberia, es un paraje exterior e interior, un sentimiento íntimo, que surge en mi manera de ver el mundo, de personajes históricos que deambulan en otra dimensión por mi cabeza (Segeda, Escipión, Tiermes, Garci Fernández, el Cid, los Templarios, Tomas Beckett,  Santo Domingo de Guzmán, el Obispo Palafox o los grandes poetas como Bécquer o Machado,  y que resurge cada vez que visito estas  sobrias tierras, y sus peculiares paisajes,  que discurren entre los límites del Maestrazgo de Teruel, la comarca del Moncayo de Zaragoza, o las tierras de Soria o la comarca de Pinares en Burgos.

Hay una energía especial, algo que se puede corroborar con la cantidad de sanadores y curanderos que ha habido, y hay  por estos lugares, sus leyendas milenarias y la necesidad de recurrir a tradiciones de origen arcaico como la del muérdago, para proporcionarnos suerte (luego la tradición cristiana la sustituiría por el acebo, como símbolo de la resurrección,  tras la pasión en la cruz, y la nueva vida,  mostrado en la corona de espinas y la sangre, representada en el rojo de sus bayas) , y cuya acción inmediata no era  sino ahuyentar a los malos espíritus, y la paciencia para afrontar y superar el mal, en sus distintas y engañosas apariencias. 

No debería sorprenderme, que en esta excursión por la montaña, con los treparriscos de Santa Catalina del Burgo, esta vez desde esa Celtiberia menos arévaca, y más pacífica o ganadera, que tenía su salida en la Viniegra de Arriba, me aconteciera un extraño encuentro, cuando ascendíamos por un preciosos valle verde repleto de vida, rodeada de un espléndido bosque mixto de pinos silvestres y hayas, nos encontrarnos con una casa habitada, repleta de protectoras banderas tibetanas en su exterior, a la que estaba adosado un pequeño huerto, cubierto con coloridos plásticos, siguiendo las   practicas espirituales y creencias  de que el viento lleve las vibraciones benéficas a todos lados. Las banderas de Oración se utilizan para atraer la felicidad y la prosperidad duradera; y suelen llevar inscritas, a veces, símbolos, oraciones, peticiones y hasta mantras de sanación. Es la casa del Águila solitaria, un joven informático retirado del mundo, con quien converso sobre un lance ecológico, las botas de vino (ya Sancho Panza, se agenció un buen zaque, antes de partir con Don Quijote), y lo populares que se habían hecho en las fiestas en California (luego me enteré que se confeccionaban con piel de cabra, aveces de una pieza, y los mejores artesanos curtidores en hacerlo, eran de Covarrubias).
Quizás el hecho de ir más preocupado por alguien, que ves que supera los peligros, que por uno mismo, mientras ascendemos a este valle repleto de cascadas, unos severos  1200 metros que nos separan del conjunto de lagunas de origen glaciar y multitud de pequeños lagos naturales, dejando a nuestras espaldas el Cerro Pantorra hacia el collado de las tablas de la Ley, hizo que me abstrajera, una vez más,  en la belleza de la montaña, e hizo que me confiara demasiado a la conversación, y me dejara seducir por un paisaje pedregosos, moldeado por las huellas dejadas por la glaciación cuaternaria. A partir de su contemplación, es fácilmente comprensible la fascinación que han ejercido estos parajes en las leyendas y tradiciones de la región.  Sin llegar a subir al Cabezo de Urbión,  y tras visitar la indefinible nacimiento de la fuente del gran padre Duero (se hace imprescindible el hablar de  su amplio recorrido hasta Oporto), y con la  vista de pájaro las localidades pinariegas de Covaleda o Duruelo, me hizo creer que en un sitio tan alto, los problemas no podían nunca alcanzarte, ante tanta belleza y serena plenitud.

Lo cierto es que, en la bajada y tras vadear un peligroso portillo o canalón, en pendiente, que nos permite abandonar a una de las  plataformas del circo que rodea la Laguna Negra, ya en el borde del sendero junto al acantilado de la misma, en dirección a la Laguna Larga, resbalé como tantas veces, pero con la mala fortuna de hacerlo en plano inclinado y curvo. Fue instantáneo, como un relámpago, el comprobar cómo me quedaba muerto el tobillo, y probablemente fracturado. Así los dije a unos compañeros, que no acababan de creerse que no intentara siquiera ponerme en pie.

Habíamos andado ya 16 Km. y solo nos separan del bus y del final, unos 5 Km. hasta  el parking de la Laguna Negra. Es en este momento, cuando empiezo a  contemplar todo lo que no se deja  ver en la montaña, lo que los serranos saben que tiene, y que muchas veces se enmascara en una atrevida y placentera quietud. Una nueva aventura, con tintes de dramatismo, empieza a tomar cuerpo. Surgen los fantasmas del Risco del Zurraquín, la percepción del peligro, lo que no vemos y siempre  está, mientras el viento empieza a traernos una lenta capa de fría niebla, sobre un día que hasta entonces, había sido sencillamente perfecto.

No existe tregua en la apacible serenidad de la montaña, dado que hay fuerzas que desconocemos, y que se desencadenan, ocultas en la propia la naturaleza, fortuitas, accidentales, que nos acercan a un mundo de caos, con oblicuidades, líneas curvas, y malditos giros inesperados; con poca o intermitente, cuando no inexistente, cobertura de móvil. La Odisea del 112, el rescate en la imprevisible montaña, la impotencia de andar al límite de tus fuerzas, después de casi un kilómetro, con la tibia y el peroné bien fracturados; la ayuda incondicional de mis compañeros, o las lágrimas de alegría cuando ves aparecer el helicóptero de rescate, como un trueno sobre nuestras cabezas; es algo que no se olvida, ni puede expresarse con palabras.

Después de sentirte culpable, pensando que vaya día he dado a mis compañeros, y una vez que te pones en manos de los servicios de rescate, me propongo a analizar qué piensa un caminante rescatado e izado en una escarpada montaña, cuando asciende sujetado de un arnés  a un helicóptero sobre la Laguna Negra de Soria. Lo primero agradecimiento, sobre los que me acompañan y los profesionales del 112 que con precisión, rapidez y cautela, inmovilizan y alivian mi dolor, mientras diagnostican la rotura. En 15 minutos exactos, el helicóptero que los ha dejado en la laguna larga, se mantiene a la espera, inmóvil a distancia, para luego volver y la operación ha de ser precisa, pues el cierzo del norte que se ha levantado, podría precipitar la aeronave hacia los pinos o las rocas. Lo segundo, miedo. Con buen tino, me dicen si he subido alguna vez a un helicóptero, y les digo que no, (tampoco estuve en las fuerzas especiales, pensé). El cable me levanta ingrávido en vuelo, y el helicóptero toma altura mientras me aleja de la zona de peligro, y miro hacia abajo. Los pinos, los riscos, las altas colinas, la propia Laguna Negra, pierden su perspectiva de caminante, y se entremezcla con el sonido del viento, entrechocándose en una armonía con el creciente retumbo de las aspas del helicóptero. Piensas ánimos chicos, lo hemos conseguido, puedo volar, ya soy un águila de la sierra.  La tercera sensación es la euforia, cuando llego a poner mi pie bueno sobre el patín del helicóptero, en mi cabeza sonaba la cabalgata de las valquirias de Wagner (no cuento lo que dije, porque no se me oía con el ruido de las hélices). La cuarta, entro con los pies por la puerta abierta del helicóptero, con un continuo martilleo de la hélice sobrecogedor, para ponerme a salvo, y veo que quien maneja la grúa que me ha izado, con una sonrisa en los labios, me saca de nuevo colgando al vacío (igual es que mi destino, el de la tierra de Alvargonzález, si me deja ahí fuera)  me da la vuelta en el aire, me mete de cabeza y me pone cascos y el micro. Vuelve la comunicación:


"No has viajado ninguna vez en helicóptero, verdad. Pues un consejo, mira abajo y disfruta, el paisaje es impresionante". Todo ello  mientras enfilamos,- ya sin ruido de fondo, por llevar las puertas cerradas-, el rumbo al aeródromo más cercano, que resulta ser el campo de fútbol de Covaleda.
En la conversación del camino, mientras veía un mar refulgente de cristalinos arroyos y verdes pinos, recuerdo que le dije a la tripulación, que nunca pensé en llegar a viajar como un Ministro de Estado, por entre las cumbres y los altos pinos, y menos cuando señalando con el dedo a dos manchas , en la lejanía, que eran las poblaciones de Covaleda y de Duruelo,  mi hijo había presentado  ayer el proyecto de fin de Máster,  en el que precisamente se trataban de las alternativas a la variantes por carretera de las mismas poblaciones. 

Cuando aterrizamos, con dos patrullas de la Guardia Civil en formación, y una ambulancia, felicité personalmente al piloto y al copiloto, a todo el equipo de rescate, por lo bien que lo habían hecho, y  me dije que tenía que hablar de las águilas solitarias de los Picos de Urbión. También de esas cosas malas y buenas que nos ocurren a veces, y de todos esos que nos ayudan y que nos curan, verdadera razón de ser de nuestra mundana existencia.

…………………………….
hasta la Laguna Negra,
agua transparente y muda
que enorme muro de piedra,
donde los buitres anidan
y el eco duerme, rodea;
agua clara donde beben
las águilas de la sierra,
donde el jabalí del monte
y el ciervo y el corzo abrevan;
agua pura y silenciosa
que copia cosas eternas;
agua impasible que guarda
en su seno las estrellas.

¡Padre!, gritaron; al fondo
de la laguna serena
cayeron, y el eco ¡padre!

repitió de peña en peña.

P.D.: mi convalecencia hospitalaria ha coincidido con las ancestrales fiestas de San Juan, que tratan de depurar lo viejo para traer lo nuevo, muchos amigos convalecientes que me han contado cosas de su vida y de sus pueblos muy gratificantes, y además mi intervención quirúrgica con el Brexit, y las elecciones generales. A veces pienso, si lo que me ha pasado, ha sido fortuito o, sencillamente, inexorable.


Dedicado a los servicios de rescate, en especial  al 112, y todos los que curan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario