viernes, 24 de marzo de 2017

CATALUÑA: DE LAS BASES DE MANRESA A LA TEORÍA DE LA DESCONEXION.

Hoy viajar a Barcelona no es lo que era en tiempos, pongamos de Cervantes. Las magnificas infraestructuras del AVE, han hecho que se pueda viajar cómodamente, escuchando música clásica (evitas la conversación por el móvil de algún viajero pelma) y releyendo el Quijote (coincido con la agradable historia del mozo de mulas: “Marinero soy de amor y en su piélago profundo navego sin esperanza…”), me pierdo en la lectura, como el Manchego en su no contado segundo viaje a Zaragoza, y a la espera de la segunda parte y tercer viaje definitivo, de la mano del socarrón bachiller Sansón Carrasco, ávido de nuevas aventuras camino de Barcelona.

Una vez en la ciudad, en el solar de Sants donde se asentaba la España Industrial (moderna fábrica textil a vapor, propiedad de la familia Muntadas, que en 1880 ya empleaba a más 2.500 personas y ejecutaba todo el proceso textil, desde la extracción del hilo, hasta los bordados finales, incorporando todo el valor añadido a la materia prima del algodón importado de América (Con la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas de 1882, se aseguró a los catalanes el monopolio colonial con Cuba hasta la derrota de 1898, dado que el proteccionismo arancelario fue, entre otras, parte del origen de la insurrección cubana).

Este viaje, ha sido mi particular regreso al año 86 del siglo pasado, cuando llegué por primera vez a la ciudad, tosco emigrante aragonés, y tuve que aprenderme casi todo el callejero, siendo lo que más me sorprendió la armonía urbanística del Ensanche y el peculiar nombre de las calles. Estos nombres, propuestos por la burguesía catalana, evocaban desde los padres del catalanismo (Prat de la Riba, Torras i Bages,…etc), hasta lugares geográficos medievales (Entenza, Cerdenya, Sicilia, Rosselló,…), condes, santos y monarcas (Borrell, San Antoni María Claret o Pere IV), pasando por personajes de la guerra civil, que hoy se han difuminado con la memoria histórica (el “desaparecido” Bisbe Irurita). Uno de los que más me impresionaron, pues no me eran familiares, fueron la Septimania y el de Gala Placidia (luego explicaré por qué).

Para saber cómo pensaban los burgueses catalanes, que se habían enriquecido tras la etapa preindustrial; y tras invertir sus capitales, introduciendo innovaciones tecnológicas, y pensando en que el comercio, ofrecía buenas oportunidades de ganancia, lo mejor es alojarse en una de las plantas nobles (planta principal), en alguna de esas viejas casas modernistas del Ensanche, que se dedican a alojar  a esa nueva avalancha de turistas extranjeros (visitar el centro de Barcelona, es una garantía de oír hablar en cualquier idioma, menos en catalán). La terraza trasera, el salón principal para ver el edificio de enfrente, y los que pasan por la calle (puñeteras motos), sin duda debió forjar un carácter desconfiado y distante, y algo mitómano, que dio lugar al nacimiento del catalanismo, como recogida defensa del mundo interior, ante los cambios propiciados por el progreso, y ante una naciente clase obrera que venía de fuera (de los pueblos catalanes más humildes, y del sur y oeste de la península), y que deambulaba junto a las fábricas como jornaleros, o aspirantes al servicio doméstico, por esas mismas calles, en días no feriados.

Barcelona como centro político, económico y cultural, debe de comenzar a estudiarse desde el Parque de la Ciudadella, sede de su Parlament empeñado en un proceso paulatino de sedición o de desconexión del Estado Español, y origen de la Exposición Universal de 1888, cuando empezó el auge de la  Renaixença, con el catalanismo y el idioma catalán como señas identitarias, de una orgullosa clase social enriquecida, por el triunfo en su territorio de la Revolución Industrial,  que en otros lugares de España no había cuajado por distintos motivos. Esta Exposición (habrá después otras, como la Exposición Internacional de 1929, los Juegos Olímpicos de 1992 y el Fórum Universal de las Culturas 2004), transformarán la ciudad sobre el terreno que había ocupado el Fortín erguido por Felipe V, para evitar nuevas y recurrentes sublevaciones de la ciudad, y será un símbolo del modernismo, un nuevo arte que, nace como una fusión de lo medieval y la naturaleza. Todavía puede admirarse la cascada monumental (Fonseré y Gaudí), el Arco de Triunfo (Vilaseca) o el Castillo de los Tres Dragones (Domenech i Montaner). De esta época, son el Moll de la Fusta o el derruido Hotel internacional, en el Paseo de Colón, además del célebre monumento al descubridor (Obra de Buigas y Atché, rememora que el Almirante es recibido en Barcelona en 1493, por los Reyes Católicos, 5 meses después del atentado contra el Rey Fernando, tras su regreso histórico de las Indias).
Esta exposición, financiada básicamente con dinero público, reconoce a Cataluña como pionera dentro de España de la Revolución Industrial, y en muchos casos, como la primera del territorio español en introducir las nuevas mejoras tecnológicas que iban surgiendo en el continente europeo: en 1818 se creó la primera empresa de diligencias; en 1836 la primera fábrica mecanizada a vapor; en 1848 el primer tren; en 1857 el primer barco de hierro. Además de la primera ciudad española en tener gas y electricidad, sede de industrias textiles de la España Industrial y o de la Maquinista Terrestre y Marítima.

Pese a que hubo críticas, se aprecia una alianza de los poderes locales con la monarquía, que me hace recordar (ya en las Atarazanas) a la entrada triunfal (frenesí del pueblo y salvas de artillería) de Don Juan de Austria, en 1571, cuando los catalanes eran entonces muy españoles. Don Juan, tras pasar previamente por Montserrat, se embarcó en la Nao Real (construida en Barcelona, como la mayor galera de combate de su tiempo)  y puso rumbo junto a 46 galeras hispanas, a Mesina para embarcar al grueso de los Tercios, con destino al golfo de Lepanto. Curiosamente, Felipe II construiría los accesos y la explanada de Monserrat después, en una obra pública equiparable, por su envergadura y complejidad, a la del Monasterio del Escorial.

Toda la magnífica fachada marítima barcelonesa, ha sido producto de la iniciativa pública para transformar un  pasado industrial de origen privado, con las grandes acumulaciones de capital de los primeros burgueses catalanes, en unas zonas residenciales y de servicios, acordes a la nueva dimensión turística y volcada hacia el exterior de la ciudad.
En un paseo por el barrio antaño de pescadores de la Barceloneta, en busca de esas infraestructuras turísticas y tras comer alguna paella o pescado frito, es momento de rememorar, junto al recuerdo del primer coro de Anselm Clavé una de esas leyendas locales, a las que son tan aficionados los catalanes, y que cuenta que uno de los gigantes del barrio, el pescador Pep Barceló, llegó desde la Atlántida a bordo del Ictíneo de Narcís Monturiol para casarse con Maria la Néta. Y es todo tan verdad, como siempre lo pudo ser.

Pero quizá es en el plano cultural, donde la burguesía empieza a consolidar su ideario, y logra integrar al pueblo con la tradición cantada. No sabemos si el propio Anselm Clavé; poeta romántico, político progresista (comunista en principio) y republicano, fecundo compositor (música de baile, obras para coro de voces y zarzuelas, sobre todo en catalán) y director de música; cuando fundó el movimiento coral en España (crea la Coral la Fraternidad en 1850, en la misma Barceloneta, dirigiendo el primer concierto de la sociedad Coral Euterpe, un 14 de Agosto) y es impulsor de un importante movimiento asociativo a su alrededor, que llegó a vertebrar culturalmente la sociedad catalana (llego a fundar más 100 coros de Obreros, no sabemos si inspirado por la obra del gran organista, tenor y maestro de capilla que, en 1569 fuera titular de la Iglesia nacional de los Aragoneses en Roma,  de Santa María de Montserrat, Tomas Luis de Vitoria, cuando nación significaba otra cosa).
Lo cierto es que logro crear una afición melómana, que florecería en toda Cataluña, creándose sociedades como el primer "Orfeón Catalán" (fundado en 1891 por Lluís Millet –Tío abuelo de Félix, su patriota e imputado último Presidente-  y Amadeo Vives), y también en el resto España (Orfeón Burgalés es de 1893 y el Donostiarra de 1897). Es un hito importante y emblemático, dado que el Edificio de la Sede Permanente, fue proyectado por el arquitecto modernista Domenech i Montaner, aprovechando el claustro de una iglesia en el barrio gótico, y fue sufragado por industriales y financieros catalanes, ilustrados y amantes de la música, que constituían el significado estamento de la burguesía local, y que sesenta años antes ya había financiado el teatro de ópera y ballet del Gran Teatro del Liceo.

El papel didáctico de los Coros, era doble. Por un lado, se articulaba a los obreros y clases populares, en la música de oídas (muchos no sabían apenas leer y menos conocían el solfeo), les enseñaban canciones y arreglos en el idioma que conocían del mundo rural (el catalán, el cual incluso a los que no lo conocían, por ser de emigrantes castellano o gallego parlantes, en su forma oral, era muy fácil de aprender), y atraían hacia el catalanismo en general a las bases populares, sobre todo familiares y amigos de los mismos que acudían a los conciertos. La integración en sociedades de fomento del catalanismo, fue otro logro de las clases dirigentes. La gran familia catalana, sin conflictos de clase y unida por el idioma y las costumbres sociales, la tierra ancestral y el resurgir de una antigua nación.
Esa ideología coral, homogeneizada con el idioma, está presente en el Palau de la Música, joya del modernismo catalán y pálpito de sus pretensiones identitarias, en su estética y simbología. Cuando uno ve las imágenes del Palau, las continuas alusiones a Sant Jordi, u otra de las obras cumbre de Domenech i Montaner, el Hospital de Sant Pau, es suficiente para percatarse que la estética modernista, tenía un sutil mensaje político-social, que el mismo arquitecto plasmó en las llamadas bases de Manresa, y gráficamente en la omnipresente figura mitológica de San Jorge, en lucha con el Dragón.

Para empezar a conocer a San Jorge, presente por todos los rincones la ciudad, hay que saber que en realidad Jorge fue un ciudadano romano de Capadocia (actual Turquía), hijo de un oficial de las legiones y criado en la fe cristiana por su madre, llegando a ser Tribuno y mártir durante las persecuciones de Diocleciano, y más tarde santo cristiano, al que se le atribuye en la leyenda dorada, la muerte de un dragón (los ortodoxos localizan el acontecimiento en Beirut, en Líbano, donde es santo patrono de la ciudad) para rescatar a su amada (al herir a la bestia, de su espada brotó sangre en forma de pétalos de rosas).
Los francos carolingios, veneraron su brazo en el monasterio de Prüm (Selva Negra, por una reliquia donada por Lotario I), y hay un poema en idioma alto alemán (atribuido al primer poeta conocido Otfrido de Wissenbourg, que vivió en la Abadía de Fulda a mediados siglo IX)  que narra el martirio del santo.
San Jordi encarna la virtud y el dragón, el mal. Es uno de los santos más venerados de las diferentes creencias cristianas (patrón de Inglaterra, Rusia, Hungría, Georgia, Lituania, Malta y de la Corona de Aragón o Provenza principalmente), incluso de otras creencias distintas (en palestina le llaman el árabe cristiano). Patrón de los soldados y caballeros, de los prisioneros, montañeros (scouts) y de los ejércitos, fue emblema de los cruzados y de las Ordenes militares (Orden teutónica, templarios, Calatrava o San Jorge de Alfama).
A Cataluña, su veneración le llegó por el Reino de Aragón, en concreto por la reconquista de Huesca, en la batalla de Alcoraz, el 15 de Noviembre de 1096, dado que los combatientes aragoneses atribuyeron a la intercesión del santo, el logro de derrotar un ejército combinado cristiano-musulmán que acudía a levantar el cerco. Fue San Jorge, según testimonio de un cruzado franco alemán, que combatía con los aragoneses, quien se apareció en la batalla cuyo desenlace permitió la posterior toma a los musulmanes de la ciudad.
En  agradecimiento a la gran gesta de su ejército (el monarca aragonés acabó haciendo prisionero al Conde de Nájera, García Ordóñez), el rey Pedro I, lo nombró no sólo patrón de la caballería, sino de la nobleza de todo el Reino de Aragón (cita posterior del Costumari Català de Joan Amades). Este patronato se extendió a la posterior Corona de Aragón, cuando se incorporaron a la misma los condados catalanes.

En Cataluña la fiesta del Día de San Jorge se generalizó también a mediados del siglo XV. En 1456 se oficializa el patronazgo al declarar las Cortes Catalanas el día 23 de abril como festivo. Esta fiesta simbólicamente se ha convertido con el tiempo en el día de los enamorados: el enamorado regala a la amada una rosa roja, la sangre del dragón. Más tarde se generalizó la costumbre de que, como contrapartida, las mujeres regalaran un libro a sus amados (sería bueno leer a Eduardo Mendoza, con su obra La ciudad de los prodigios, para conocer mejor la intrahistoria de la ciudad), dado que se conmemora la muerte de los grandes padres de las letras tanto inglesas como españolas, en 1616, Sir William Shakespeare y Don Miguel de Cervantes Saavedra.

Toda la Ciutat Vella, la judería, el Palau medieval de la Generalitat o la Capilla de Sant Jordi o la plaza de San Jaime, en la cual se encuentran los cimientos de la primera Iglesia de Barcelona dedicada a Sant Jaume desde 985, y que fuera derribada para construir el actual Ayuntamiento. En ese solar, dice la tradición que predicó Jacobo, Jacob, Yago, Iago, Jaime (Jaume en catalán), Thiago, Santiago o Diego, Apóstol de Jesucristo, enterrado en Santiago de Compostela y santo patrón del solar de la nación española.

Pero vayamos a la supuesta nación catalana: ¿Ha existido alguna vez una nación catalana?, ¿Es un mito, o tal vez un sofisma, que pretende vender algún tipo de ventaja territorial?
Además de Hispania, que procede probablemente de la palabra fenicia «I-span-ya» («Tierra de metales»), y que fue la denominación que los romanos pusieron a la provincia romana que ocupaba casi la totalidad de la Península Ibérica.

Es tal vez una pregunta retórica, pero tenemos que adentrarnos en la historia para saber de qué hablamos, y empezar a preguntar por esos colonos de Focea que en 575 a. C. que colonizaron Ampurias. Nadie pone en duda, la legitimidad de los pueblos prerromanos (laietanos o ilergetes), la presencia de los Barca (no confundir con el omnipresente y dichoso fútbol) en Barcelona, o que Aníbal cruzó con sus elefantes el rio Llobregat, y que perteneció al imperio Romano (importantes restos romanos del foro, con las bien conservadas columnas del templo en el centro de la ciudad, resto de domus y sillares de la primera muralla, delatan que Augusto fundó la colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino en el siglo I a C), perteneciendo a la provincia romana Tarraconense (del latín Hispania Citerior Tarraconensis), cuyos conventos comprendían todo el norte de Hispania, y ligada ya a la industria textil, el garum y el comercio del vino. En Barcino también aparece un importante comunidad cristiana destaca el baptisterio del siglo IV dC, donde recibieron el bautismo los primeros cristianos; el aula episcopal o sala de recepción del obispo del siglo V d.C., el palacio episcopal del siglo VI dC, y una iglesia en planta de cruz, también del siglo VI, rodeada de un cementerio,  y después llegarían los visigodos. Aquí quiero hacerme eco ya de Gala Placidia, y de la Septimania.

Gala Placida, nació en Constantinopla, hija del emperador romano Teodosio I el Grande (otro hispano, nacido en Cauca, actual Coca en Segovia), pero tuvo una vida bastante aventurera. Llevada a Italia por intrigas cortesanas, al morir su padre, formo parte del séquito de Alarico, tras el saqueo godo de Roma en el 410 (se hizo con el gran Tesaurus, que les arrebatarían los Árabes en Toledo, cuando se derrumbó el Imperio Hispano-visigodo). Cuando murió el gran Alarico, le sucedió su cuñado Ataúlfo, que traslada su ejército a la Septimania, y en su capital Narbona, se casa con Gala Placídia. Residen en Barcino,  donde tiene un hijo, Teodosio, que muerte y es enterrado en la Ciudad (volverá a la muerte del Rey a Roma, tras diversas vicisitudes, será emperatriz y madre de emperadores, y como tal, se enfrentará a Atila, rey de los Hunos, y está enterrada en la bizantina Rávena). Los dominios visigodos comprendían la parte de la Galia no ocupada por los Francos, que les expulsarían de la línea del Loira (Aquitania) y desposeerían del Reino Visigodo de Toulouse en el 507, y de Gascuña en 531, con lo que hubo de conformarse con la franja de terreno costera entre el Ródano y los Pirineos o región de la Septimania, que comprende las actuales del Languedoc y Rosellón.

Una vez desaparecido el Imperio Romano, los visigodos ocupan no solo la península ibérica sino que conservan el norte de los pirineos hasta el Ródano (la Septimania), en un imperio que llegaba desde Narbona a Tarifa, y con la inesperada llegada de los árabes, en socorro a una de sus facciones en sus frecuentes revueltas internas (el Rey Wamba tuvo adentrarse en el territorio hostil de los vascones, en una ocasión para someter al Conde Paulo, contumaz rebelde en la Septimania), esta nobleza visigoda, que sin mezclarse demasiado con la población hispano romana, si había adoptado las instituciones y costumbres de los romanos, optó por tres estrategias diferentes:  Esconderse en lugares inaccesibles y recónditos con sus ganados y sirvientes (Asturias –Pelayo es elegido Rey en 718-, o del Cantábrico,-los Banu Gomez en Palencia-, y en los Pirineos, o convertirse al Islam -Banu Quasi, señores del Valle del Ebro-, para conservar sus tierras y latifundios, o huir en masa al otro lado de los Pirineos en busca de seguridad: el éxodo masivo de hispano-godos producido hacia la Septimania. Resistieron apenas unos años, pero tras caer Barcino en 718, y arrasar los musulmanes la Imperial Tarraco, Narbona cayó en 720, siendo su puerto lugar de atraque de la flota Árabe, que facilitaba sus incursiones por toda Francia. Los francos (al mando de Carlos Martel, mayordomo de los monarcas francos merovingios, y fundador de la dinastía carolingia), tras aniquilar a una columna mandada por el propio valí de Córdoba, Abderraman Al-Gafiqi, en el 732 en Poitiers, toman conciencia de que deben acabar con la amenaza Árabe de la Septimania, y para ello se valen de los Visigodos (exiliados de Hispania sobre todo: Extremeños, andaluces, toledanos y levantinos, que hablaban un romance dialectal languedoques) que aún permanecían en ella. Lo hacen instando a los Condes godos de Nimes, Magalona, Agde y Béziers a rechazarar en 752 la soberanía del valí de Córdoba y declararar su lealtad al rey franco, pero no será hasta el 759, cuando caiga Narbona, y el condado sea concedido al godo Miló, que ya ejercía como conde durante el dominio musulmán. La región del Rosellón fue tomada por los francos en 760. En 767, después de la lucha contra Wifredo de Aquitania, fueron conquistadas por los francos el Albi, Rouergue, Gevaudan y Tolosa.

En 777 los valíes de Barcelona, Sulayman ben al-Arabí, y Huesca, Abu Taur, ofrecieron su sumisión al Emperador Franco Carlomagno, y también lo hizo Husayn, valí de Zaragoza. Todo fue una treta, pues cuando el ejército de  Carlomagno, al mando de uno de sus doce paladines, su sobrino Rololando, Orlando o Roldán, invadió la marca superior en 778, Husayn rehusó someterse a vasallaje y las tropas francas tuvieron que retirarse por Roncesvalles, donde los Vascones (aliados tribales de los navarros y enemigos de los francos por entonces), les hostigaron y llegaron a aniquilar a la Retaguardia del ejército Franco.
El Emperador franco Carlomagno, desistiendo atacar el sur, se ocupo en reforzar la Septimania, que estaba tan devastada y despoblada, con sus habitantes refugiados en las montañas pirenaicas, que hizo concesiones de las tierras que se convertirían en feudos de visigodos y otros refugiados, además de fundar varios monasterios, para contrarrestar el arrianismo que aún era profesado por los hispano-godos, y tras los pirineos, al sur en una tierra que era de nadie, Carlomagno estableció la Marca Hispánica como frontera de su imperio.

Septimania fue conocida como Gothia tras el reinado de Carlomagno, y su hijo Ludovico Pío reconquistaría Barcelona en 801 (tras sofocar los francos primero una rebelión más de los vascones, que proporcionan tropas para el ataque a la ciudad al Conde Guillermo de Toulouse), incorporando posteriormente a la Marca Hispánica en el 813 Pamplona, Vitoria  y todo el País Vasco.
El noble franco Bernardo de Gothia (también conocido como Bernardo de Septimania) fue el primer Marqués o soberano de la Marca desde 826 a 832. El periodo se caracteriza por su turbulencia, y las desavenencias tradicionales de los godos de la Septimania, que llevarían a su decapitaron en 844. Todo surge con su elección como conde de Barcelona en 826, que ocasionó una sublevación general de los levantiscos señores feudales de los condados catalanes, que consideraron esta designación como una intrusión del poder franco en sus dominios y propiedades. Un pacto entre Carlos el Calvo y los rebeldes Condes Godos (entre ellos Wilfredo el Velloso), precipito una sublevación posterior del Conde Bernardo, que propició a la postre su ejecución.

En esta época, aparece una fragmentación feudal característica de la época, basada en condiciones durísimas sobre los esclavizados siervos (y si es un hecho diferencial, por cómo se vivió el feudalismo en el pirineo occidental, tan alejado de los señores o en las propias behetrías castellanas; y tenemos una buena recreación, con el personaje de Bernat Estanyol, un siervo de la tierra, y luego estibador portuario, en la conocida novela La Catedral del Mar, de Ildefonso Falcones), y la aparición de la cultura del Languedoc. Un dialecto de la lengua de Occitana de la Septimania, que sobre la base del romance, daría lugar al idioma catalán, hablado en las zonas montañosas de la Marca meridional, tanto en el Rosellón como en la vertiente peninsular. En esta época turbulenta, de desmembramiento del imperio de Carlomagno y sus luchas dinásticas, aparece un noble hipanogodo, Wilfredo el Belloso, nacido en la Septimania (Conflent),  como uno de los que ayudaron a Carlos el Calvo a someter a Bernardo, y recibe del rey Franco en 878 el condado de Barcelona, Osona, Gerona y Besalú; mientras que su hermano Miró de Conflent, se queda con el Rosellón; a la vez los condados de Narbona, de Besiers y de Agde, se disgregan de la Septimania Visigoda.
Mucho antes, en Navarra en el 803, Iñigo Arista expulsaba de Pamplona a los Francos (convirtiéndose en el Primer Rey de Navarra), y en Aragón en el 820 el Conde Aznar Galíndez rompía con los pactos de la Marca Hispánica Franca, y se aliaba con los Navarros (y los Banu Qasi del Valle del Ebro, parientes de sangre con la dinastía Vasco-Navarra de los Iñiguez), que le hicieron conde de Cerdaña y de Urgel.

Feudatario de los monarcas carolingios, la gran virtud de Wilfredo fue consolidar el territorio pirenaico sur, interviniendo cada vez menos en los asuntos francos (tomo una actitud pasiva ante las demandas de ayuda, ante los frecuentes y devastadores ataques normandos), y logro dejar en herencia a sus hijos los condados (en el pasado, se arrebataban por lucha o por mero asesinato, el famoso morbo godo), una vez que murió en 897, defendiendo Barcelona del ataque de los Banu Qasi (linaje de condes hispanovisigodos islamizados).

Los ataques musulmanes  sobre Barcelona no cesaron, y en 985 las tropas de Almanzor destruyeron prácticamente toda la ciudad, dado que los Francos no pudieron socorrer a la Marca. Borrell II inició la reconstrucción, y la independencia del poder franco (autoproclamado por la gracia de Dios, Conde de Iberia y Marqués de los Godos, pues no existía una supuesta nación catalana aún), basada en sus dotes diplomáticas con el Papado, con los propios Capetos francos, e incluso rindiendo vasallaje al propio Califa de Córdoba (pacto una tregua con el Califato que duró hasta el año 1000), lo que no le impidió el acuñar moneda propia, dando paso al floreciente periodo condal, y según los catalanistas, el inicio de la identidad o singularidad catalana. Digamos que Borrell es el último en usar el ampuloso título de "duque de Gothia" (Dux Gothicae) o marqués de Gotalania, tierra de godos y alanos, y su territorio se ve reducido por la pérdida de la imperial Tarraco, capital de la Hispania Romana, siendo los condes señores feudales, de territorios pequeños (Similitudes con el feudalismo Gallego, y diferente al Franco, donde los señores tenían grandes posesiones).
En el año 1010,  su hijo Raimundo Borrell, con la irremediable descomposición del antaño poderoso Califato de Córdoba en taifas, obtiene una gran victoria y botín cerca de Córdoba junto con sus aliados Ermengol I de Urgell, Bernat de Besalú y Wadih, general musulmán de la Marca Media que les ayuda, interviniendo en la guerra civil entre los musulmanes, en la que también estaba involucrado el Conde de Castilla, y los propios Bereberes Africanos.

El papel poco activo de los condes catalanes en la reconquista, salvo el anterior episodio, fue motivada por los problemas internos (no me voy a entretener con las rebeliones de los veguers en tiempos de Ramón Berenguer I, el feudalismo durísimo que modeló el carácter catalán, o las luchas entre sus hijos mellizos, uno de ellos Ramón Berenguer II, llamado Cabeza de Estopa, que fue derrotado por el Cid Campeador en Almenar), que bien  podría ser contrastada  con la actitud del Rey Aragonés Alfonso el Batallador (muy controvertida su figura, sin embargo gran líder, un poco frivolizado en recientes series de TV, no se le ha dado la debida importancia en una novela histórica muchas veces políticamente correcta, pero siempre tendrá a Jerónimo Zurita, que escribió como en una cabalgada desde Huesca tomó mi pueblo, al frente de una mesnada de gascones, que actuaron de manera tan expeditiva que lo despoblaron totalmente). El Rey Alfonso, educado en los Pirineos (Monasterio de Siresa), y conocedor de ambas vertientes de los mismos, fue un monarca-líder militar extraordinario, tan solo comparable con Federico Barbarroja o Ricardo Corazón de León (le pesó no ir, como ellos a las cruzadas, dado que tuvo a los Almorávides como quien dice, en la puerta de su casa), con un ejército mesnadero estable de caballeros aragoneses, navarros, gascones (aquitanos, vascones, bearneses y bigorrenses), incluso normandos, que le acompañarían en buena parte de sus batallas, a ambos lados de los pirineos, y hasta en la misma Castilla (se recuerdan sus hazañas en Villadangos o en del castillo de Monterroso), tras su fracasado matrimonio con la Reina Urraca I de Castilla y Léon, la Temeraria -viuda de Raimundo de Borgoña, e hija de Alfonso VI el emperador, no confundir con la hermana del Rey de Castilla y Léon, Urraca Fernández (usando terminología mozárabe), ambas con nombre de origen castellano puro (con raíz éuscara), y que constituyo un prematuro intento de unificar las monarquías peninsulares, como en tiempos de los Godos-,  y que contó con la oposición de una nobleza enfrentada (castellanos, leoneses y galaicos), la negativa del influyente clero francés, o las intrigas del Obispo de Santiago Diego Gelmírez, desembocando  en la subsiguiente guerra civil, y que tuvo como consecuencia el fracaso unionista y la primera independencia de Portugal. El fracaso de unificar las monarquías, supuso que Alfonso se fijara el objetivo de dirigir la reconquista hacia el sureste,  con vistas a la toma de Tortosa y con ello, dar al reino una salida al Mediterráneo. En 1123 se enfrentó con el Conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, por la ciudad de Lérida, dado que el gobernador musulmán  había pactado con los catalanes su influencia sobre la ciudad y Tortosa, a cambio de varios territorios y castillos; tuvieron que mediar diversos prelados y barones catalanes y aragoneses, para evitar la guerra, al llegar al compromiso mutuo de abstenerse de emprender ninguna acción contra Lérida, que seguía en manos musulmanas. Los almorávides  en 1124, en la batalla de Corbins, cortarían cualquier intento de reconquista de estas ciudades, que serían recuperadas posteriormente, en tiempos de Ramiro II de Aragón, por su yerno el Conde Catalán Ramón Berenguer IV.
La muerte del Batallador, su confuso testamento a favor de las Ordenes Militares del Santo Sepulcro (Temple y del Hospital), dio la escusa a los Navarros para separarse de Aragón, al elegir a su propio monarca, mientras que en Aragón, se optó por la legitimidad sucesoria, nombrando al hermano de Alfonso,  Ramiro II,  que era Obispo de Roda-Barbastro como Rey. Ramiro, que no quería el poder, busco distintas alianzas matrimoniales, en cuanto tuvo a su heredera Petronila, pero optó por reforzarse en contra de sus rivales occidentales, -sus tradicionales rivales castellanos y los nuevos, de la escindida navarra pirenaica-, para optar por la salida mediterránea, casando a su hija de 1 año con el Conde de Barcelona. El papel de Ramón Berenguer IV a partir de los esponsales celebrados en 1137, fue el de administrador de la Casa de Aragón, como regente del Reino de Aragón, con funciones ejecutivas (princeps y dominador), pero el conde nunca  fue rey. El Rey Ramiro II siguió siendo siguió siendo señor, padre y rey, y ejerció la soberanía sobre sus Condes, incluido su yerno, titular de  los condados catalanes, hasta que abdicó la corona a favor de su heredera (Reina de todo Aragón, pero supeditada al criterio de su marido, costumbre del todo goda que no se aplicaba en Castilla). A cambio, el Rey Monge, renunció al Gobierno, que era ejercido por el Príncipe de Aragón Ramón Berenguer. Fruto de esta alianza, y contando con las mesnadas no navarras del batallador (entre ellas, los temidos Almogávares, reclutados tras la toma de la plaza de Tauste, y acantonados en el Castellar, como fuerzas de choque para la reconquista de Zaragoza, tras la batalla de la Romareda, como mercenarios entre los pastores del musulmanes del somontano y montañeses del Pirineo, cuyos capitanes se denominaban Adalides, y serían los antecesores de los Tercios españoles, en la expansión aragonesa por todo el mediterráneo), se reinicia la Reconquista en Cataluña. De hecho, un caballero normando Robert Bordet, que había servido a las órdenes de Alfonso I de Aragón en la citada captura de Zaragoza, toma Tarragona en  1129, como  príncipe vasallo del Arzobispo San Olegario. Lérida en 1149, con un comando de tropas cristianas del príncipe de Aragón Ramón Berenguer IV y del Conde Ermengol VI de Urgel (gran paladín de los reyes cristianos, llamado el Castellano en Lérida, que estuvo en la toma de Almería y es nombrado en los Cantares de Gesta, era nieto por parte materna del Conde de Castilla Pedro Ansúrez), destacado también con el Rey Alfonso y los Bearneses en la toma de Zaragoza.

Ramon Berenguer IV, era hijo de Ramón Berenguer III (tiene una imponente estatua ecuestre en la vía laietana) y Dulce de Provenza. Tenía un hermano gemelo Berenguer Ramón, que sucede a la madre en Provenza, mientras que el Condado de Barcelona corresponde al primero. Su tarea de gobierno, fue pactar con todo el mundo. Con las órdenes militares, dándoles territorios y prebendas, en compensación por el testamento del Batallador. Con el monarca de Castilla y Leon Alfonso VII, se hace vasallo para aislar a Navarra y asegurar para Aragón el reparto en la reconquista  de las tierras de Valencia, Denia y Murcia (época de grandes expediciones, y de la participación en la épica toma de Almería). En Occitania, interviene para salvaguardar los derechos de su sobrino, al fallecer su hermano gemelo, aliándose sucesivamente con los ingleses (gran amigo de Enrique II Plantagenet, Duque de Aquitania) o con los gibelinos, declarándose vasallo de Federico I Barbarroja, para evitar roces con el Sacro Imperio Germánico, y que su sobrino conservara la Provenza.

Desde su hijo Alfonso II de Aragón, llamado el Casto,  y nacido en Huesca (y enterrado en el saqueado Monasterio de Sigena, del que luego hablaremos), hasta los monarcas de la dinastía Trastámara, tras el  Compromiso de Caspe (hubo 6 candidatos, y nueve compromisarios, tres por cada territorio, representativos de sus Diputaciones forales) que eligieron en concordia al Rey de Aragón), hay varias  constantes que perduraran en la política medieval en Aragón: intervencionismo constante en la vertiente norte de los pirineos (Midi francés o la Septimania hispanogoda), y la expansión militar (liderada por aragoneses sobre todo, en la conquista Valencia, pese a los intentos de Próspero de Bofarull i Mascaró, Director catalán del Archivo de la Corona de Aragón, que en 1847 falsifica documentos originales, para demostrar que los catalanes lideraron la conquista, y nunca lo fueron) y comercial (impulsada por los catalanes, y luego por los mallorquines, que utilizaban el catalán como lengua trato con los extranjeros, en sus rivalidad con genoveses y venecianos, y que les tildaban de avaros y tacaños, porque utilizaban la elevada liquidez de sus empresas por el mediterráneo, para conceder préstamos bastante onerosos y gravosos) y la necesidad de organizar administrativamente el territorio en Diputaciones, con aduanas interiores entre los reinos, para hacerse con las Collidas o impuestos del general (la Generalitat era en realidad el impuesto) o de las Diputaciones de los Reinos, destinados a sufragar dichas empresas. En el mundo medieval, nos solo recaudaban los monarcas, también los distintos estamentos (clero, nobleza o ciudades) establecían tributos (tasas, cargas, rentas y gravámenes) que podía tener carácter perpetuo, otros eran anuales, otros temporales dependiendo de la estación del año o de cualquier otra circunstancia (portazgos y derechos de paso), otros eventuales según la condición causal del momento (financiación de guerras o levas), y por último, están los tributos personales que se pagan una única vez para redimirse de alguna pena o excusarse de alguna obligación. También había exenciones, dispensas y privilegios.

De todas estas catas históricas, y de otros testimonios objetivos, se deduce que no hubo nunca una nación catalana, ni siquiera una especie de confederación de estados bajomedievales, unidos por intereses dinásticos. Con la caída del Imperio Romano (que si era un estado con ciudadanos y leyes), los Visigodos que dominaban Hispania, asimilan parcialmente las instituciones romanas, y luego viene el feudalismo, que es una especie de poliarquía, o cúmulo de las distintas corporaciones económicas, señoriales, militares, eclesiásticas, etc. que se reparten el poder con el monarca, cúspide de la soberanía y último recurso, que recibe el poder temporal de Dios, y ejerce un papel secundario, dado que requiere el apoyo de sus vasallos y feudatarios, para recibir impuestos o ayuda para la guerra. Con un poder totalmente descentralizado, la parroquia era la célula fundamental, el monarca debía pedir ayuda y pactar con sus súbditos para cualquier empresa, estableciendo Constituciones, fueros, usos o privilegios (interesante ver el Gran Libro de los Feudos de Alfonso II el Casto, en el Archivo de la Corona o sus más de 3.500 documentos depositados).  En Cataluña hubo un Condado hispano-visigodo, un Principado con la regencia de Ramón Berenguer IV, y un Rey con sus legítimos sucesores. Una sola Corona, que la llevaba un solo Rey, y una organización administrativa feudal que abarcaba diversos reinos, con sus derechos forales, que fueron aumentando con la reconquista, y que se gestionaban por medio de Diputaciones (curiosamente resucitadas gracias al Estado Autonómico), en atención a la proximidad geográfica, reunidas en unas únicas Cortes (casi siempre Monzón) y que se ampliaron con la expansión mediterránea (Como diría el Almirante Roger de Lauria, que cómo Roger de Flor, habían nacido en las posesiones aragonesas del sur de Italia,  ningún Pez osará alzarse sobre el mar, si no lleva la Señal del Rey de Aragón, las barras Aragonesas del escudo, que Sancho Ramírez en 1068 adoptaría como propia, la enseña papal, para atraer a los cristianos en la defensa de su reino, tras el viaje a Roma para rendir vasallaje al Papa Alejandro II). La Cancillería Real, siempre estuvo cerca de donde estaba el poder económico, financiero y comercial, es decir en la ciudad portuaria de Barcelona, y las lenguas utilizadas por el gobierno eran el latín, el provenzal o limosín, el aragonés, el valenciano y el catalán.

En Cataluña, los conflictos con el monarca eran frecuentes, y tuvo mucho que ver con el tema recaudatorio y las demandas en Cortes a los distintos territorios de efectivos humanos o materiales para sus empresas. Las rebeliones, ya desde tiempo de los visigodos (Wamba en persona tuvo que someter al rebelde Conde Paulo) o en tiempos del Rey legítimo Juan II, cuando tuvo lugar la rebelión del Condestable Pedro de Portugal (visitando el edifico del Archivo de la Corona de Aragón, hay una ventana con el lema Paine pour Joie, no precisamente en catalán), que fue proclamado Rey, en contra de la opinión del Consejo de Aragón, Valencia y Sicilia. Por cierto, que el Archivo, en pleno barrio gótico, no tiene exposiciones divulgativas, que muestren que el origen del mismo (Monasterio de Sigena), y de gran variedad de  idiomas que se utilizaban en el Reino, además de los de la Cancillería: napolitano, sardo, siciliano, occitano, castellano, árabe, griego, incluso aranés o patués.  Contiene un testimonio de la sagaz diplomacia aragonesa, o capacidad para relacionarse defendiendo con firmeza sus intereses,  y de gran transcendencia para el descubrimiento de América, que  son las capitulaciones de Santa Fé, documento suscrito por los Reyes Católicos el 17 de abril de 1492 y Cristóbal Colon, recogidas por el Secretario de la Corona de Aragón, Juan de Coloma (natural de la villa zaragozana de Borja), en un correctísimo castellano o español.

Lo cierto, es que contrariamente a lo que muchos catalanes creen, América no estuvo vedada a ninguno de los ciudadanos de la Corona de Aragón, según una leyenda negra inventada por el catalanismo, que interpretó una de las cláusulas del Testamento de Isabel la Católica como anticatalana (prohibía el acceso, eso sí a los extranjeros, aludiendo a los ambiciosos flamencos, que vinieron con Felipe el Hermoso, a hacer fortuna), en todos los viajes hubo algún calabrés, murciano u oscense (el sacerdote de Zaidín Bernardo Boil o Buil, primer vicario apostólico de las Indias, acompaño a Colon en su segundo viaje), o que decir del franciscano mallorquín Fray Junípero Serra. El tamaño relativo de la población aragonesa, y los intereses volcados hacia el mediterráneo, hizo que los catalanes no intervinieran o lo hicieran tarde en los negocios de las colonias, en concreto en la explotación y defensa de las últimas provincias de ultramar, pues la metrópoli colonial de la última época no fue otra que Barcelona, ciudad en la que se encontraban afincadas empresas tan importantes como la Compañía Trasatlántica, monopolizadora del transporte marítimo oficial entre Barcelona y Manila, el Banco Hispano Colonial o la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Y fuera un político catalán Víctor Balaguer, ministro de Fomento y Ultramar, que se distinguió por su defensa a ultranza de la presencia española en las Islas Filipinas, aun a costa de una guerra absurda contra una potencia muy superior, los Estados Unidos de América.

Pero quizá el episodio más serio, de rebelión y secesión de la Corona Aragonesa, se produjo en tiempos del monarca de la casa de Austria Felipe IV (Felipe III en Aragón), cuando en plena crisis financiera y en el marco de la guerra de los 30 años contra Francia, entre otros, el Conde-Duque de Olivares convence al Rey, para que inicie una ofensiva combinada: un ataque por el norte, desde Flandes y el otro desde los Pirineos. La clave de este proyecto, era la actuación simultánea de todos los reinos peninsulares (incluida Portugal) gracias a la Unión de Armas (un proyecto de reforma fiscal, que afectaba más a los portugueses, dado que contribuían poco, pero que requería la protección naval de todas sus costas incluida Brasil)  en defensa de la Nación española. Pero los territorios periféricos de España se negaron a participar en semejante empresa, sobre todo los portugueses, catalanes y andaluces. La inacabable Guerra de los 30 años, desangró a media Europa, y agotó definitivamente el Imperio Español, que queda sumido en un proceso de disgregación interna y decadencia exterior.                                                                                                                                                                                                                                               Francia en 1635, ataca a España por el Rosellón y las Provincias Vascas; el Virrey de Cataluña no tenía ingresos y no podía mantener las tropas del ejército español. Los catalanes se negaron a pagar nuevos impuestos, reclutar una leva de 6.000 hombres pedida al “Consell de Cent” y  a mantener el ejército, siendo el ejército español derrotado en el Languedoc (Leuceta). La guerra de desgaste subsiguiente, con extranjeros mercenarios no españoles en los Tercios, que no se entendían bien con la población, y que robaban las vituallas del medio en el que vivían, forzando haciendas y personas, para cobrarse su inexistente paga. No se respetaron las constituciones catalanas (alojamiento, sal, vinagre, fuego, cama, mesa y alimentos para los caballos), porque la crisis económica había hecho estragos en la población, en las instituciones catalanas y en el Tesoro Real.

La negativa a pagar los elevados impuestos llevó a que los pageses o campesinos catalanes, se manifestaran por las calles de Barcelona contra el Virrey, con presencia de alborotadores que alentaron una verdadera insurrección, que desembocó en el Corpus de sangre, matando los pageses al Virrey Conde de Santa Coloma, mientras que los altercados se sucedieron hasta que el 16 de enero de 1641, la  provisional Junta de Brazos (Las Cortes sin el rey) aceptaron la propuesta de Pau Claris (Presidente de la Diputación General de Cataluña), de poner a Cataluña bajo protección del rey de Francia en forma de un gobierno republicano del territorio catalán, pero sometido a la monarquía francesa, siendo investido Rey Luís XIII, Conde de Barcelona. Dejaron entrar a los barcos y tropas francesas, y el ejército combinado franco-catalán derrotó al español en la batalla de Montjuic. Las consecuencias de esta rebelión, al revés que en el caso de Portugal, que conseguiría la independencia (al negarse a alistar también 6.000 soldados, para ir a Cataluña, y asesinar al Secretario Vasconcelos, con la participación de la aristocracia local, y complicidad de militares y clero portugués), tras la paz de Westfalia, fue que recursos militares españoles se pudieran concentrar en recuperar el principado, hecho al que ayudo que el trato de las tropas francesas fuese todavía peor al sufrido por los mercenarios de los Tercios. Se toma Barcelona, y se firma la Paz de los Pirineos (1659) con Francia, y el resultado de la traición es que las históricas posesiones aragonesas del Rosellón, el Conflent, el Vallespir y la Cerdaña pasaban a la corona francesa (Luís XIV), eso sí derogando los fueros catalanes en esos territorios y prohibiendo abiertamente hablar el catalán.

Esta mala experiencia francesa tan reciente, debió decantar a apoyar a los catalanes, en la Guerra de Sucesión, al bando austracista o del Archiduque de Habsburgo contra la Casa de Borbón reinante en Francia, que llevaría al trono a Felipe V (el IV de Aragón). Barcelona capitularía de nuevo el 11 de Septiembre de 1714, y la nueva monarquía centralista aplicaría los Decretos de Nueva Planta (Aragón y Valencia en 1707, Cataluña en 1716), que supondrían la abolición de las instituciones y libertades civiles catalanas procedentes de la Edad Media, y se extendieron a los diversos territorios de la Corona de Aragón (salvo el Valle de Arán) la estructura territorial y administrativa de la extensa y poblada Castilla (el territorio mayor y con el 80% de la población), en ese sentido  se instauraba el catastro, y otros impuestos, por los que la monarquía conseguía por fin sus objetivos de control económico, sin tener que pedir a las Cortes, y se centralizaban todas las universidades catalanas en Cervera, como premio a su fidelidad y para controlar mejor a las élites cultivadas, situación que se prolongó hasta 1842. Sin embargo, el derecho civil catalán (al igual que el aragonés) fue respetado por el monarca.

Con los Borbones, se habla de Reino de España, dado que con los Reyes Católicos se unificaron la política exterior, la hacienda real y el ejército, pero no lo hicieron los diferentes reinos pues se respetaron los fueros, privilegios y particularidades de cada uno de los territorios.
Pese a esta circunstancia centralizadora, Cataluña lograría a lo largo del siglo XVIII una notable y destacable recuperación económica, centrada en un crecimiento demográfico muy importante, un aumento considerable de la producción agrícola y una reactivación comercial (especialmente gracias al comercio con América, cuando dejan de mirar al mediterráneo, y lo piden gracias al aumento de la población a partir de 1778). La acumulación de capital, la preindustrialización, la industria del algodón y el textil, la guerra de la independencia, caída del antiguo régimen y la proletarización, marcarán el futuro de una Cataluña próspera, enganchada a Europa, y mucho más avanzada que el resto de España (conviene leer el Fracaso de la Revolución Industrial en España de Jordi Nadal i Oller), y que se consolidará en la Exposición Universal de 1888.
Una visita los edificios modernistas a la fábrica textil del Casaramona de Josep Puig i Cadafalch, sede de Caixaforum como moderno centro de arte o al antiguo asilo para ciegos obra de Josep Domènech i Estapà sede del Cosmocaixa o museo de la ciencia (con el submarino a la entrada, el planetario y el bosque inundado amazónico, son impresionantes), son una buen manera de rememorar ese viejo esplendor. También tengo un grato recuerdo de la deliciosa fideua del restaurante del cosmocaixa, por su calidad y buen precio.

Esta será la Edad de oro de Barcelona, y tendrá muchísimas derivadas que afectan a la nación  Española (ya asentada como tal, tras las Cortes de Cádiz, al elaborar una Constitución  de corte liberal en 1812, y acabadas las contiendas del Carlismo). El apogeo de la Burguesía catalana, que escruta el pasado y a París, como modelo para construir sus casas en el Eixample, el modernismo como movimiento de síntesis del optimismo tecnológico y del futurismo (plasmado en las novelas del francés Julio Verne, que debió de inspirar su Nautilus en el Ictíneo del gran catalán Monturiol), la generalización del catalán (en principio un dialecto del occitano hablado en el medio rural, pero que se normaliza, y  se extiende como nexo de unión entre la nueva burguesía y unas clases populares, con las que busca una cotidiana familiaridad basada en la religiosidad y las costumbres), y el nacimiento del catalanismo político, que se plasma en las bases de Manresa (la elección de la ciudad no es casual, allí se refugió el Consell del Cent de Barcelona, cuando tuvieron que huir de la tiranía absolutista de Luis XIV, después de haberle regalado el condado ilegítimamente a su Padre) y en el intervencionismo en la política económica española, con fines proteccionistas y de defensa de sus intereses territoriales.

Los antecedentes de esta perspectiva catalana singular, fueron el Memorial de Greuges (en catalán) o Memorial de Agravios (en español), con cuyo nombre se conocía popularmente la Memoria en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña y los catalanes, enviada al rey Alfonso XII de España en 1885, tratando de recuperar la dialéctica fuerista medieval, de las viejas reclamaciones (greuges) de sus Cortes Medievales. El tratado textil proteccionista contra las Indianas Inglesas, o la nostalgia por la supresión derechos forales, se mezclaban con la idea errónea de una decadencia de Cataluña desde la unión de los Reyes Católicos, la promulgación de los decretos de nueva planta de Felipe V, y la consiguiente pérdida de los fueros. La idea todavía mantenida hoy por buena parte de la población, incluidos reputados intelectuales, de que España vive de la prosperidad catalana, y que esta sería mucho mayor con mucha  más autonomía o con la vuelta a los tiempos de la Marca Hispánica.

Pero son  las bases de Manresa de 1892, las que esbozan un proyecto autonomista, como desagravio al centralismo borbónico. Las Bases pretenden un proyecto autonomista, en principio nadie se atrevía a hacerlo independentista, pero si pancatalanista (en la creencia de que por ser catalán, era partidario del progreso económico, debida a la idiosincrasia propia tendente a sacar provecho en los negocios), de talante tradicional y corporativista. Estructuradas en diecisiete artículos propugnan la posibilidad de modernizar el Derecho civil foral, la oficialidad exclusiva del catalán, la reserva para los naturales de los cargos públicos incluidos los militares, la comarca como entidad administrativa básica, la soberanía interior exclusiva, unas cortes de elección corporativa, un tribunal superior en última instancia, la ampliación de los poderes municipales, el servicio militar voluntario (en la práctica sería lo primero en aplicarse, sobre todo en las guerras coloniales, por 1500 pesetas, pocos y pobres catalanes eran reclutados) cuerpo de orden público y moneda propios y una enseñanza sensible a la especificidad catalana (en manos de un bajo clero, que hablaba y enseñaba en catalán) .

Nacía el pancatalanismo político y el hecho diferencial de la superioridad de lo propio, sobre todo tras la pérdida de las últimas colonias transatlánticas, pues la nación catalana (distinta de la castellana, a la que se reducía una España perdedora de la guerra) era la reunión de los pueblos que hablan, rezan y cantan en un idioma hasta entonces de ámbito rural, pero que les unía a su glorioso pasado. Su territorio comprende: Cataluña, con los condados de Rosellón y Cerdaña; la parte de Aragón de Ribagorza y la franja sur catalano parlante, el Reino de Valencia; y el Reino de Mallorca. La mutación ideológica, al amparo del culto religioso romano a la diosa flora, se sublimó con los trovadorescos (origen medieval del Languedoc) juegos florales pancatalanistas del primer domingo de Mayo, bajo el lema Patria, Fides y Amor. El apoyo de los intelectuales y políticos catalanes, desengañados con el desastre colonial (el victimismo es otro de los rasgos del hecho diferencial), a una literatura y cultura autóctona, trajo como consecuencia la sistematización del hasta entonces dialecto catalán (1492 son demasiados años, para la publicación de la castellana Gramática de Nebrija), la producción literaria impresa, y una nueva manera de entender la patria (concibiendo que tenía que ver más con los francos, que con los godos), y de vivir incluso la religión, pues en manos del clero estaba la difusión cultural de la misma, por medio de la enseñanza privada, al monopolizar esta las carencias del Estado. Los juegos logran además una consistencia de ideologías contrapuestas, republicanos, conservadores y generaciones más jóvenes sucumben al encantamiento  mágico del hecho catalán como tesis, y poniendo distancias con una decadente nación española, se inventa el mito de lo castellano como antítesis, de la que llegan a creerse que no tienen nada que ver, y síntesis sería el nacionalismo.
Pero las bases de Manresa, origen de todo el movimiento nacionalista coral, tienen un marcado carácter conservador, corporativista y tradicional (no se identifica con las ideas krausistas, de buena parte de la intelectualidad liberal de la época), en el artículo 51 que establece que «solo tienen derecho de nombrar y ser nombrados los ciudadanos cabezas de familia» para el brazo popular, ya que las Cortes tendrán carácter estamental, o en el artículo 39 que dice: Siendo la religión de los catalanes la católica, apostólica y romana (coincidencia plena con el nacionalismo vasco, muy entroncado con el tradicionalismo carlista).
Uno de los que líderes del movimiento, el gran arquitecto y maestro modernista, Lluís Domènech i Montaner, habilitará el gran dragón nacionalista, buceando en la intrahistoria del propio Hospital de Sant Pau (impresionantes las esculturas del aragonés Pablo Gargallo), un complejo sanitario heredero del antiguo (mediados siglo IX) e hispanogodo hospital de la Santa Cruz y Santa Eulalia, que se levantó en el extrarradio del ensanche, cuando solo existían las obras iniciales de la Sagrada Familia, y en el que la burguesía todavía no había empezado a construir sus casas, como no, inspiradas en las mansiones de la moderna ciudad de París (urbanismo copiado literalmente de Burdeos).

Pero no podía de dejar de visitar, algo que tenía pendiente (que necio fui Gloria, al no aceptar tu invitación en su día, cuando era todavía familiar), y era visitar la Casa Batlló, en el Paseo de Gracia. La remodelación hecha por el reusense Antonio Gaudí (me entran ganas de hablar de Prim, y de los catalanes que no nunca renegaron de España, que son muchísimos y más brillantes), sin duda el más genial e innovador de los arquitectos modernistas, nos muestra un estilo propio perfeccionado por originales soluciones estructurales, inspirándose en formas orgánicas de la naturaleza, con volúmenes desprovistos de rigideces racionalistas. Los colores, mosaicos, ideas plásticas, te dan la sensación muchas veces de estar en la entrañas de una ballena, en los camarotes del Nautilus o en el vientre de ese premonitorio gran dragón, que corona la críptica fachada. El azul del mar, la naturaleza mediterránea y el cielo luminoso de la ciudad, son una fuente de sorpresas continua. No podía marcharme sin probar una buena escalibada de bacalao y una butifarra con mongetas, acompañada de un buen vino del Penedés, para recuperar la memoria histórica de charnego en Barcelona (como estaban las de los almuerzos en el Charleston).

Pero pese a los coros y los juegos florales, el fuerte sentimiento de la propiedad de la burguesía, heredera de unas instituciones que se fraguaron en la dura época feudal, persiste el miedo a los movimientos socialistas y democráticos, que deslegitima esta misma como creación del capitalismo, y esto hace que el movimiento se cierre en torno a una oligarquía económica endogámica, que en el terreno político perseguirá, tras derrota en la guerra contra los EEUU y la pérdida de las últimas posesiones en ultramar de 1898, y la capitalidad de Barcelona como metrópoli colonial, en la exigencia de un trato asimétrico o de favor respecto el resto del país,  en forma de compensaciones presupuestarias y protección arancelaria, además de crecientes exigencias de autonomía. Los movimientos populares del proletariado, buscarán su propio camino para imponer sus ideas revolucionarias, y hay épocas en que se alían cuando no están en guerra abierta, como ocurrió en la Semana Trágica de Barcelona 1909. 

La capacidad de veto de los catalanes, en las decisiones de índole económica, la tenemos al finalizar la I Guerra Mundial, y el ministro Santiago Alba decide que se recomponga la realidad hacendística española con una mayor carga impositiva, centrada en el sector industrial que habían obtenido pingues beneficios derivados de la neutralidad española, no tanto los asalariados, durante esa contienda. La reacción del líder de la Lliga regionalista de Francesc Cambó, fue inmediata. Y está ligada a una actuación casi revolucionaria entonces de negarse a pagar, o el estancament de caixes. Pero Cambó buscó la solución como representante de los intereses catalanes, primero se reunió en el País Vasco con Ramón de la Sota (oligarca ligado a la Comunión Tradicionalista y la Compañía de Jesús, antecesor del PNV, y cabeza del mundo empresarial vasco enriquecido con la siderurgia y con múltiples variantes industriales, mineras, de transportes marítimos, y de tipo financiero), después en Cantabria con el segundo marqués de Comillas (Claudio Lopez Bru, nacido en Barcelona, con una altísima vinculación también con la Compañía de Jesús, y dueño de la Compañía Transatlántica, pero también de parte de la minería del carbón en Asturias). La influencia del  Marqués sobre Alfonso XIII, era conocida y Cambó se acerca a la minera Asturias para pactar con los krausistas, del Partido Reformista, que dirigía Melquiades Álvarez, y después por fin a  Madrid para pactar con Antonio Maura. (el enemigo político de Alba era Maura). Acabó siendo ministro y árbitro de la legislación sobre economía, que pasó a ser un guión en línea con los enlace con los deseos de Cataluña (de su oligarquía, mientras en la calle florecía el anarquismo y las tendencias terroristas del Sindicato Único).

Con Cambó se sientan las bases modernas del capitalismo a la española, por una lado una Ley Arancelaria que generaba una altísima protección para la industria catalana, con una añadida ayuda administrativa que completaba la primera ventaja. Por otro la ley de ordenación bancaria (criticadísima por el Catedrático de economía Flores de Lemus), con una especie de complemento o rescate con dinero público de España, que evitó la quiebra del Banco de Barcelona, tratándola como una simple suspensión de pagos, manteniéndolo en manos privadas y salvaguardando los intereses de la burguesía catalana.
Esta asimetría que introdujo la periferia industrial, en el mercado español, fue muy favorable en el flujo de rentas hacia Cataluña. Pese a los intentos de insignes economistas catalanes (el más solvente, sin duda, Ramón Trías Fargas) de decir lo contrario, está actualmente demostrado que no fue Cataluña la que financió al resto de España, sino al revés.
Para entender la política en Cataluña, no hay que olvidarse de la guerra civil española de 1936 (tampoco de sus precedentes, en las que también intervinieron los catalanes, la guerra de la independencia, y las tres guerras carlistas). El fracaso del alzamiento militar, propició que la situación inestable entre los partidarios de las clases populares y la oligarquía, ya se habían enfrentado en la semana trágica, estallara con una ocupación de las instituciones oficiales (la Generalidad y el Gobierno republicano) por un lado, y la creación de las milicias populares armadas Antifascistas de Cataluña (anarquistas y comunistas de diversas tenencias). Se proclama un Revolución social, instaurándose un régimen de terror que asesina casi a 10.000 personas, cebándose sobre todo con los religiosos católicos (en cifras de unos 2.500), médicos, periodistas y funcionarios moderados afines a la Liga Catalana, que se distinguían por ir a misa a los templos católicos (la destrucción del patrimonio cultural también es significativa y un testigo el caso del abuelo actual Presidente independentista Puigdemont). El afán por ganar la guerra civil, y de mantener a sus miembros al margen de los ajustes de cuentas, hace que los anarquistas entren en el Gobierno de la Generalidad, con los de la Esquerra Republicana de Cataluña (Pacto de gobierno Companys con la FAI-CNT). Esquerra era un partido, ligado a la pequeña burguesía, no socialista pero de izquierdas, que propugnaba la independencia de Cataluña, y que consigue instaurar un régimen represor y genocida, contra los que discrepaban sobre sus ideas.

La historia, parece que se repite en parte, y asistimos a la paradoja de una Iglesias desiertas en Cataluña, con un clero en muchos casos entregado al proceso separatista, y con una podemización de la política y la sociedad (muchos catalanes de la cuarta generación de burgueses patriotas, no tiene mucho apego a la propiedad y justifican la ocupación, la corrupción cuando beneficia a Cataluña, no les parece mal los principios del comunismo y aspira a ser funcionaria de la Generalitat o del nuevo Estado Catalán). Cuando ascendíamos a la montaña de Montjuic (en origen una atalaya condal que informaba de las llegadas al puerto de los barcos, luego fue ciudadela, cárcel y hoy un museo rendido al nacionalismo), preguntamos en una caseta de información municipal por el jardín de los nenúfares y el palacete Albéniz. La joven recepcionista, nos dice muy  segura que no hay ningún nenúfar en Montjuic, cuando lo tiene a menos de 50 metros. Tal vez sea un problema de la inmersión lingüística, se dice igual en catalán, lo cierto es preferimos quedarnos con la Barcelona antaño de mimados jardines (con ese monumento a la sardana, que más se parece a una rueda hispano-castellana, incluso con el uso del flabiol o dulzaina ibérica, que delata que las diferencias culturales son solo aparentes), de la Font del Gat (de la canción de Enric Morera, me quedo con la versión de la diva catalana Nuria Feliu, hoy también conspicua independentista y antiespañola, la canción en realidad habla de cuando los catalanes eran algo más humildes)  y del Recinto Olímpico, que ayudó a conocer España gracias a Cataluña. Al pasar por Museo Nacional de Cataluña (MNAC), de nuevo vienen a mi memoria las pinturas de la Sala Capitular del Monasterio dúplice de Hospitalarias de Villanueva de Sigena, que fuera Archivo, Corte y Panteón real de la Corona de Aragón, y que fueran expoliadas como botín de guerra por la Generalitat (en manos de la alianza de Esquerra Republicana con la CUP de entonces, los Anarquistas de la CNT), y el principio de que el respeto a las sentencias judiciales, es acatado solo si son favorables. De nuevo recuerdos de la guerra civil, de cómo llegaron a Villanueva una columna de milicianos barceloneses, dispuestos a matar a las monjas (un pariente de mi abuela, en el Comité Local, mando aviso de sus intenciones), no encontrando a nadie, quemaron civilizadamente el convento. A los pocos días, llegaron de la Generalidad, con intención de proteger, conservar y trasladar a Barcelona las valiosas pinturas de los arcos, pues la techumbre la habían quemado las hordas Anarquistas. 
   
El separatismo catalán, poco propenso al dialogo, salvo por supuesto que se asuman sus tesis y postulados, actualmente está poniendo en práctica y con dinero público, la teoría de la desconexión (agotada  provisionalmente la vía imperativa de convocar un referéndum unilateral, y tolerado tácitamente el proceso , ante una pusilanimidad no sabemos si calculada o no, de las altas estancias del Estado, que no se atreven a suspender la autonomía por el artículo 155, tras una década de indecisiones evitando contrariar el nacionalismo supremacista, y siempre a remolque de los acontecimientos,  tenemos sentencias a la medida, como en tiempos de la Edad Media, con la que se exculpa al anterior President y sus Consellers, de más de tres posibles delitos, como si fuera una simple falta administrativa, despenalizando su vuelta al propio Consell Executiu para seguir con lo mismo, y que difiere radicalmente a la igualitaria justicia republicana francesa aplicada al ex premier Francois Fillon), con el apoyo estratégico de reconocidos internacionalmente economistas catalanes (más antiespañoles que economistas, según parece), agrupados en el col lectiu Wilson o incluso con el apoyo moral del premio Nobel Josep Stiglitz, sostienen la vuelta a una especie de digresión medievalista, de no obediencia a los Francos (ahora Estado Español, como si se tratase  de una novela de caballería más nombrada con vehemencia por Don Quijote), y con el propósito firme de no pagar más impuestos a la Agencia Tributaria Española, instalando una Aduana Express en los Monegros aragoneses, y con la legitimación soberana que proviene de relativas mayorías democráticas, o manifestaciones callejeras, como avales de la existencia de Cataluña Nación, como un Estado Europeo más.

Se trataría de imitar la separación de la foral Navarra de Aragón cuando murió el Batallador, o la de Portugal en tiempos de Felipe IV, con el argumento de que económicamente les iría muy bien y que la legalidad, es algo que puede ser obviado relativamente, cuando no conviene a los intereses de los ciudadanos de Cataluña a juico de unos poco juiciosos políticos. No es seguro que así fuera, de hecho los portugueses han progresado históricamente por debajo de España, mientras que los Navarros, gracias al privilegiado Régimen fiscal foral, que también se ofreció generosamente a los catalanes en la transición, junto con el consabido café para todos, gozan de unos recursos públicos que los hace más competitivos (aunque la llegada de los nacionalistas euskaldunes al poder, puede que los compense, con medidas retrógradas propias de ideas peregrinas). 

En el fondo, poner una Aduana, donde nunca la hubo como tal, para personas y mercancías, y salirse  del gran mercado español, cuando tu principal cliente es la provincia vecina de Zaragoza (a la que exportan el doble que a Alemania), pensando que vas a seguir vendiendo sin problemas y recaudando impuestos, como si nada hubiera pasado, en una zona de libre comercio, es impropio de cualquier comportamiento racional. Por no hablar de las finanzas del nuevo estado catalán, cuyos títulos son hoy bono basura (y eso que los sostiene en el 80%, generosamente y pacientemente el Reino de España, a través del FLA) y no tiene recursos propios suficientes (pese a que en su delirio, en verano activen su Agencia Tributaria o desactiven la Española, pero no la Seguridad Social, verdadero agujero negro de la soberbia secesionista) para costearse el lujo de un Estado propio, salvo que se aplique la políticas de confiscación de propiedad privada, propias de un estado revolucionario, tal y como se esbozó en 1936, último anhelo de los socios anti sistema de los separatistas.

Esta desconexión, sería más una eutanasia activa, sobre el Estado autonómico actual, que fue instaurado en nuestro país por expreso deseo de los catalanes, y para encajar los regímenes forales, en la actual Constitución Española, y que supera con creces el modelo federal de los más eficaces Estados modernos. Y está por demostrar que su nueva nación (de mapa geográfico incierto, no sabemos si con Paisos Catalans, y llevándose aparentemente la quinta parte del PIB o la cuarta parte de turismo, reconocida por los socialistas del PSC y toda la izquierda antiespañola), sea algo positivo para los catalanes, comunidad castigada por la lacra de la corrupción (303 casos a espera de Juicio, duplican a la propia Andalucía, comunidad que es responsable en buena parte de la inmigración y la pretérita prosperidad catalana), dependiente del gasto público y cada vez menos competitiva. Una desconexión con la realidad, al no asumir el Estado sus responsabilidades, que ha  instaurado ya una dinámica de odio y ridiculez, que va a perpetuar el agravio durante varias generaciones (el legado del nacionalismo moderado, que hace 7 años se quitó la máscara por fin), y con una creciente dependencia de los público que puede llegar a  ser letal para la generación de riqueza futura, tanto en la misma Cataluña, como en una expectante, vilipendiada, poco resuelta y estupefacta España. Si los catalanes fueron pioneros en la Revolución Industrial, e impusieron el estado autonómico en la actual Constitución como sucedáneo del foral, para mantener las esencias medievales e identitarias de los diferentes hechos diferenciales de España, y un poder judicial mediatizado (la asimetría también en lo jurídico se está manifestando en sorprendentes sentencias judiciales que hace diferencias entre españoles), con la desconexión están mostrando a media Europa, que acabar con un Estado es más fácil que consolidar uno supranacional.

Estos inauditos y grotescos sucesos catalanes, propios de personajes cervantinos (intentar dialogar con un independentista catalán, que creen en las novelas de caballería de sus ancestros, recuerda al dialogo de Don Quijote con el canónigo, sobre la verdad de las hazañas de Wilfredo el Velloso, Rafael de Casanova o de la vigencia de las Bases de Manresa), es como si diéramos al activar una máquina de pendencias apaciguada por la autoridad de Agramante y la prudencia del rey Sobrino, males de la patria que sin duda más de algún político nacionalista catalán,  transmutado en Don Quijote achacaría a algún terrible encantamiento de Estado: ¿Qué caballero andante independentista pagó pecho, alcabala, chapín de la reina, moneda forera, portazgo ni barca? ¿Qué sastre le llevó hechura de vestido que le hiciese? ¿Qué castellano parlante le acogió en su castillo que le hiciese pagar el escote a un buen catalán?

No será que todo esto, es obra de algún Cide embelesador, falsario y quimerista, que quiere simplemente menoscabar la fama de la nación más antigua de Europa con el fin de no devolver los cien ducados de los impuestos del que llegare a ser muy honorable Gobernador de barataria  don Sancho Panza, que dice la crónica gasto  en pro de su persona y de la de su mujer e hijos los susodichos fondos: no se ponga a juzgar lo blanco por negro y lo negro por blanco, que cada uno es como Dios lo hizo, aún peor muchas veces.


P.D. Hecha Pública la Sentencia núm. 459/2019 del Tribunal Supremo del Reino de España, sobre el proceso catalán independentista, hay que reconocer que lo que parecía, a tenor de la instrucción del sumario, iba a ser una sentencia cervantina, ha devenido curiosamente en un relativo drama calderoniano. Léase, que todo el proceso fue un sueño, y los pobres ciudadanos que abrazaron la idea del derecho a decidir, fueron engañados por unos astutos líderes comerciantes, que les ilusionaron con liberarlos de la torre barroca en la que se ha convertido el republicanismo redentor. La ensoñación, y el apaciguamiento, poco tienen que ver con un apaleado Don Quijote, que tras pasar de largo por Zaragoza para dejar por mentiroso al plagiario Avellaneda (en estos tiempos del progreso, el aragonés sería a buen seguro doctor); llega a Barcelona gracias al bandido Roque de Guinart (en Monipodios, Eres y corrupciones, el hecho diferencial es el mismo) para ser de nuevo burlado cuando paseaba por la playa de Barcelona (después de visitar las condenadas galeras, símbolos del desengaño de los delincuentes populares) por el Caballero de la Blanca Luna (Sansón Carrasco hoy sería un genio de la política nacional), que pretende hacerle confesar que su republicana dama era más hermosa que la Princesa heredera del Toboso. El virrey (no se sabe si dando la Torra) interviene en la controversia (paráfrasis del supuesto dialogo político propuesto en Cataluña) diciendo con mucho criterio: “Señores caballeros, si aquí no hay otro remedio sino confesar o morir, y el señor Don Quijote está en sus trece, y vuesa merced, el de la Blanca Luna en sus catorce, a la mano de Dios, y dense”.
El desagravio hacia un nuevamente apaleado Don Quijote en Barcelona, bien podría haber sido conceder el premio Raimundo Lulio de Novela de este año al príncipe de los ingenios, pero el de los leones es tan ingenioso que es capaz de dar premios a poetas que escriben en su lengua materna, el catalán, y trasladan al castellano universal su obra (bien es verdad, que lo aprendieron como el Quijote, a base de palos según dicen y de momento a cambio de 125.000 maravedíes). De ahí que molido y aturdido, sin alzar la visera el de la Triste Figura suplica al Caballero de la Blanca Luna, “quítame la vida, pues me has quitado la honra”. Y a falta de razón, con el agua al cuello de la inmersión lingüística (aportación insuperable del catalanismo a la cultura occidental) son aún los sentimientos y es Cervantes, los que nos queda de éstas Españas en constante declinación.

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