domingo, 5 de abril de 2020

EUROPA EN EL CAMINO DE SANTIAGO: EL MILAGRO DE LA LUZ DE SAN JUAN DE ORTEGA

  Europa, es mas una idea mitológica que una realidad política. Es muy difícil supera años de ancestrales nacionalismos y tecnicismos, sin caer en la cuenta lo diferente que somos y lo poco que hemos hecho para aproximarnos. Un repaso al creciente populismo, a la actitud indiferente hacia los extranjeros, y al auge del relativismo moral, junto a la creciente negación de las señas de identidad culturales que nos unen, me hace pensar en la necesidad de retomar el camino de la vieja Compostela, y recordar a todos aquellos que forjaron nuestro modo de ser, apartados al recogimiento espiritual, el compromiso hacía los más necesitados, en la base del progreso de la civilización humana, y siempre basada en valores, que consisten en la defensa de los derechos y las libertades humanas, articulados en las Leyes en las que se inspira nuestra moderna civilización occidental.
  El camino de Santiago, el principal era llamado francés, fue una ruta directa de acceso a la Meseta, a través de los Montes de Auca, que difería de las principales que establecieran los romanos (calzada Atlántica por Briviesca desde Pamplona o la Vía Norte desde Zaragoza por Numancia, la Ribera del Duero, Clunia y Sasamón), para mover tropas y favorecer el comercio. Esta vez los movimientos tenían motivos socioeconómicos y religiosos, habida cuenta del crecimiento demográfico acaecido al norte de los Pirineos y de los movimientos migratorios. No hace mucho, pude comprobar cómo la ruta jacobea, hunde sus raíces en  los caminos hacía el sur, de las viejas calzadas Aquitanas.  En la Gironda, región de Aquitania, hay un curioso pueblo que se llama Saint Emilion, que debe su nombre a un monje eremita, Aemilianus, que procedente de Bretaña, tuvo que huir, tras enfrentarse con el Conde de Vannes, y vivió en el año 750 en una cueva de roca caliza, fundando una pequeña comunidad de discípulos (uno de ellos introdujo el cultivo de la vid en la zona, por la que se conoce bien en la actualidad), hasta que falleció en el 767.
  La llamada del sur que recibieron estos eremitas europeos, no hay que olvidar que el eremitismo medieval es un movimiento cristiano que se inicia en el siglo IV en oriente, concretamente en Egipto y Siria, que se extenderá por toda la cristiandad romana, y es muy anterior al descubrimiento de los restos del Apóstol Santiago, que en son en torno al año 821. En efecto, el hallazgo de las presuntas reliquias del Apóstol en Galicia, consistentes en el cadáver decapitado hallado en un sarcófago, (que descansaba junto a  tres discípulos más), y que algunos creen que procedía de una necrópolis romana del siglo I, tal vez de un noble hispanorromano, Suevo o incluso del carismático Obispo abulense Prisciliano. Lo cierto es que con el beneplácito de Carlomagno, que quería favorecer la emigración galo-franco-gascona hacia el sur, y para favorecer un frente poblacional y cultural que contuviera los posibles avances de los árabes, Compostela se convertirá progresivamente en uno de los centros de peregrinaje principales de la Europa cristiana. Los propios reyes Asturianos,  fundarán a sus expensas una iglesia (con su Obispo, siguiendo la tradición goda de unificar el poder político y espiritual), que rodeará de privilegios y los peregrinos, con sus oficios y familias, que comienzan a llegar formando comunidades y asentando población alrededor del sepulcro, el por todos conocido Campus Stellae, o topónimo de Compostela.
  Este topónimo, podemos decir que procede de la tradición medieval, y aparece por primera vez en la Concordia de Antealtares (1077), que cuenta que el eremita Pelayo, alertado por las luces nocturnas que se producían en el bosque de Libredón, avisó al Obispo de Iría Flavia, Teodomiro, quien descubrió los restos de Santiago el Mayor (el conocido pescador de hombres) y de dos de sus discípulos en el lugar en que posteriormente se levantaría Compostela, localización del Campus Stellae (Campo de la Estrella), o tal vez se refiriese al Composita Tella (tierras hermosas), eufemismo galaico referido al cementerio. El descubrimiento propició que Alfonso II, necesitado de cohesión interna y apoyo externo para su reino, hiciera un peregrinaje solemne expreso, a un nuevo lugar de peregrinación de la cristiandad, en un momento en que la importancia de Roma había decaído y Jerusalén no era accesible al estar en poder de los musulmanes.

Pero volvamos a Francia, a Saint Emilion, y a su singular sistema de catacumbas, que surgieron alrededor de las cueva y tumba del santo (muy milagrero, especialmente favorecedor de los embarazos), en casi 80 hectáreas de galerías y bodegas, y que servirían de cantera para castillos medievales y obras públicas del área de Burdeos (El Gran Teatro de Burdeos, entre otras edificaciones). Pero lo impresionante es la magnífica Iglesia Monolítica, excavada en piedra, por deseo del Vizconde Pierre de Castillon, al volver de las cruzadas en 1099, el cual quiso imitar las construcciones en el interior de la roca, que había visto en Capadocia, lugar donde nació San Jorge. La basílica, con tres naves, es una obra de ingeniería sofisticada, que el abandono propiciado por el anticlericalismo de la Revolución Francesa, hizo que provocara el agrietamiento de las columnas y deterioro de las pinturas murales, al taponar  deliberadamente los drenajes con la intención de obtener salitre para fabricar pólvora. La influencia oriental es manifiesta de esta obra es manifiesta, y plausible con la orientación solar del altar hacia el Oeste, y algún  bajo relieve milagrosamente conservado, como el centauro sagitario que lanza su flecha con un arco (símbolo del solsticio de invierno), frente a dos animales de espaldas con el hocico enfrentado (es géminis, símbolo del solsticio de verano). El conocimiento de la astronomía, es una de las características de este impresionante templo.

  Pero el Camino de Santiago ya existía por entonces, gracias a que los monjes benedictinos de Cluny, en cuya Abadía se hallaba el epicentro del cristianismo y de la cultura europea, se promocionó la devoción al Santo (elaboran el Códice Calixtino y la Historia de Compostela), tras las noticias de la devastadora razzia de Almanzor contra la ciudad de Compostela. El impulso político y espiritual de los monjes, propició un frente común con los reyes cristianos españoles, que  a cambio favorecieron la constitución de una amplia red de monasterios cluniacenses por todo el norte de España. Esto trajo una oleada migratoria importante, no solo de clérigos y peregrinos, artesanos, artistas, juglares y nobles (lazos dinásticos y matrimoniales), que volvió a permeabilizar las fronteras, como en tiempos de los Visigodos. Ello favorecería la cohesión cultural con la Cristiandad europea y, como no por San Emilión pasaría una de las arterias del camino que iba de Poitiers a Burdeos por Angulema, pues los peregrinos acudían a visitar la tumba del santo, y admirar su magnífico templo para recibir indulgencias.
  De Francia no solo venían artesanos constructores de Iglesias, también los primeros peregrinos aportaron novedades técnicas y conocimientos científicos, con ideas procedentes directamente de un oriente próximo gracias a las cruzadas, y que ya habían dejado huella en las regiones de Europa pioneras en la manifestación de las mismas. La manera de hacerlo era básicamente visual y oral, teniendo en el canto litúrgico, uno de sus máximos vehículos de expresión (algunos expertos opinan, que simboliza y articula la singular cultura occidental). Partiendo algunos del norte de Francia y otros de Cluny, o desde Italia a través de los Alpes, habían pasado por los principales lugares de culto (antiguos lugares sagrados de los galos prerromanos), como Chartres o Tours; y allí pudieron escuchar las melodías que todo el Occidente cristiano consideraba como el verdadero legado del papa Gregorio, y que rivalizaban con los ritos litúrgicos locales, como el canto galicano o celta francés, y el canto mozárabe o español y o el propio canto ambrosiano o milanés en Italia.
  La existencia de un rito galicano cantado en las tierras de los Francos entre los siglos V y IX es discutida por algunos expertos. En ocasiones se engloba bajo el nombre de rito galicano también a los ritos celta, mozárabe, que emparentados litúrgicamente con el primero, en contraposición al rito romano, que mantiene una estructura diferente, tanto por sus textos como por su música.
El canto romano era considerado estilísticamente más perfecto y al galicano como más rudimentario o primitivo, cantado por solistas legos e incorrectos. El rito galicano y sus textos eran a menudo más ornamentados y dramáticos, en comparación con los romanos, con una mayor influencia de la música melismática (siguiendo el patrón griego de cambiar la altura musical de alguna sílaba en la letra de la canción). El uso de dos tonos de recitación en la salmodia gregoriana, también podría ser una herencia incorporada del canto galicano o mozárabe. Otro de características ya propias de la cadencia galicana es el neuma final, de clara influencia oriental, que se ha encontrado exclusivamente en fuentes galas, y es un intervalo ascendente cuyo segundo sonido se repite, siendo una  influencia directa del canto bizantino, incluido el uso de textos en griego.


Para entender estas influencias, hay que entender las vicisitudes de las primeras redacciones de la Biblia, y el origen del rito religioso, en los que se basaban los cantos. Desde el texto masorético en hebreo, los tárgum en Arameo y la traducción al griego de la denominada Biblia de los Setenta (siglo III a II a. C.), que se realizó de los textos originales que componen la Biblia hebrea del judaísmo (Antiguo Testamento para el cristianismo). Los textos del Nuevo Testamento fueron escritos directamente en griego. Esa versión sigue siendo utilizada directamente en buena parte de la cristiandad oriental (iglesia ortodoxa) y en lengua eslava, (desde la de Cirilo y Metodio, 863) y otras (siriaco, copto, etíope o al godo ya en el siglo VI).
Pero será la traducción al latín de San Jerónimo (denominada Vulgata, 382), la que predomine en la cristiandad durante la Edad Media, y en la que se asiente el propio canto Romano.
No hay que olvidar que con la Edad de Oro del islam (siglos VIII al XIII), hubo traducciones de la Biblia del hebreo al árabe, tanto en el Próximo Oriente, como en la Hispania musulmana,  realizadas por judíos y por mozárabes hispanos. Estos mozárabes adaptarán su liturgia de manera local, cuando en el transcurso de la reconquista, repueblen los territorios del norte de Hispania, siguiendo los patrones culturales orientales, de manera similar a lo ocurrido en el mundo carolingio, con el canto galicano.
  Las tradiciones locales perduraron durante la dinastía Carolingia, hasta que se abolieron los ritos galicanos en favor del romano, con el propósito de fortalecer las alianzas Imperiales con Roma, que darían lugar al nombramiento de Carlomagno como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El nuevo canto romano instaurado en las iglesias Carolingias resultó incompleto, y acabó por incorporar elementos litúrgicos y musicales de las tradiciones galicanas locales. El canto carolingio resultante, que posteriormente evoluciono hacia el canto gregoriano, era un canto romanizado en el que aún pueden encontrarse restos del desaparecido repertorio galicano.
Todas esas corrientes culturales, propiciadas por la emigración y el intercambio de conocimientos, confluyen en el camino de Santiago, verdadera ruta cultural de Europa, y tienen su antecedente real en el hecho de la venida a Hispania y posterior cristianización de la península por parte del Apóstol Santiago y sus discípulos.

  Pero volvamos al Camino, subrayando que la tradición medieval dice que, tras el Pentecostés (hacia 33 d. C.), fueron los Apóstoles enviados a la predicación, cuando Santiago habría desembarcado en Hispania para predicar el Evangelio en la Hispania. Unos dicen que habría comenzado en la Gallaecia, a la que habría llegado tras pasar las Columnas de Hércules por el estrecho de Gibraltar. Según el escritor gaditano Fray Gerónimo de la Concepción, Santiago fue quien consagró el Templo de Hércules a San Pedro (Sancti Petri). Siguió bordeando la Bética y la deshabitada costa de Portugal; otras tradiciones afirman su llegada a Tarraco y su viaje por tierra a través del valle del Ebro, hasta entroncar con la vía romana Norte que recorría las estribaciones de la Cordillera Cantábrica y terminaba en la actual La Coruña. Una tercera versión postula su llegada a Carthago Nova (actual Cartagena, por el barrio de Santa Lucía), de donde partiría hacia el norte. Esta tradición hace de Santiago, por diversas consideraciones, el santo patrón protector de la Hispania cristiana o de la moderna España.
En cualquier caso, la tradición de la evangelización por el Apóstol Santiago indica que este hizo algunos discípulos, y siete de ellos fueron los que continuaron la tarea evangelizadora una vez que Santiago regresó a Jerusalén. Para ello, fueron a Roma y fueron ordenados obispos por San Pedro. Son los siete Varones Apostólicos que regresaron a Hispania a evangelizarla, que son San Torcuato, San Tesifonte, San Indalecio (según la tradición primer Obispo de Oca), San Segundo, San Eufrasio, San Cecilio y Hesiquio o San Isicio. La tradición de los Varones Apostólicos los sitúa junto a Santiago en Zaragoza cuando la Virgen María se apareció en carne mortal  (antes de su Asunción) en una Columna romana de jaspe, o Pilar de Cesaraugusta. Se cuenta que Santiago y los siete primeros convertidos de la ciudad edificaron una primitiva capilla de adobe a la vera del Ebro, lugar del que proviene otra ruta jacobea, de las muchas que recorren España.
  Pero es de la construcción de la ruta del Camino de Santiago, llamado Francés, y en concreto de San Juan de Ortega, a quien me voy a referir. Era Juan de Quintanaortuño natural de Burgos, y de un lugar cerca de Vivar, heredad del también burgalés Rodrigo Díaz, pero a diferencia del Cid se decantó  por los oficios religiosos y de acogida a los peregrinos, que aprendiera de su maestro el también burgalés de Viloria, Santo Domingo de la Calzada. Tras el fallecimiento del maestro constructor en 1109, decidió peregrinar a Jerusalén, sufriendo en su regreso un devastador naufragio, del que logró salvarse milagrosamente, gracias a su rogativa a San Nicolás de Bari, a quien prometió en acción de gracias, edificar una capilla.

  El camino francés había sido modificado por el Rey de Navarra Sancho Garcés III, conocido como el Mayor o el Grande (apodado cuatro manos, por su habilidad manejo espada y constructor de la fortaleza aragonesa de Loarre) que hasta entonces daba un rodeo por el Condado de Álava evitando la Rioja, sometidas hasta entonces a las incursiones e influencia musulmanas. En vez de llegar de Pamplona a Burgos por Irurzun, Huarte Araquil, Salvatierra, Miranda de Ebro, Pancorbo, Briviesca y Quintanapalla, (Antigua  vía romana Ab Asturica Burdigalam, que venía de Virovesca hasta Segisamone pasando por Tritium y Deobrigula).Sancho hizo que los peregrinos siguiesen una ruta algo más recta y corta, por Puente la Reina, Estella, Logroño, Nájera (lugar reconquistado donde estableció la Corte Pamplonesa), Santo Domingo de la Calzada y Villafranca Montes de Oca
Tras su periplo oriental por Tierra Santa, San Juan de Ortega, se dedicó a la finalización de la calzada entre Nájera y Burgos que había iniciado su maestro, y a la construcción de los puentes primitivos de Logroño, Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Belorado, Cubo de Bureba y Agés. Pero preocupado por los frecuentes asaltos a los peregrinos en Burgos, que seguían la ruta bajomedieval de la Abadía de Foncea y Villasur (datan del siglo X), a través los Valles de San Vicente, Pradoluengo y Urbión, decide construir un nuevo templo para acoger a los caminantes. Conviene saber que la zona, estuvo habitada antes de la invasión musulmana, estando su población bajo el dominio hispanogodo del Obispo de Auca, y luego repoblada por vascones tras la reconquista, con monasterios mozárabes hoy desaparecidos en Ibeas de Juarros y Villafranca. Además sus pobladores eran bastante hostiles a los caminantes norteños de origen celta o galo, no tanto a los locales pues sabían dónde encontrarlos.
  El lugar donde ubicaría el templo prometido a San Nicolás, se encontraba en lo alto de los Montes de Oca, en una zona conocida como Ortega, procedente del latín Úrtica, que significa ortiga o maleza, donde hoy se encuentra la localidad de San Juan de Ortega. Además construiría un albergue para que pernoctaran los peregrinos que por allí pasaban, por una ruta menos fácil de emboscar. Con el tiempo se le unieron una nutrida legión de seguidores en sus tareas hospitalarias, con lo que nacería cerca del 1138 el ya monasterio de San Nicolás. Una vez muerto el santo casi a los cien años, ya sería conocido desde principios del siglo XIII como monasterio de San Juan de Ortega. Como curiosidad decir que el primer Obispo de Almería tras su reconquista definitiva en 1490 (hay que reseñar que estuvo diez años reconquistada en 1147, cuando los monarcas cristianos hispanos acudieron unidos al llamamiento de la II Cruzada, recuperando este importante puerto de la flota Almorávide, que luego sería de nuevo recuperado por la invasión Almohades),  de la familia de comerciantes burgaleses Cartagena, y Abad de Foncea, adoptaría el nombre del santo Juan de Ortega y donó desde entonces las rentas de los valles de la Sierra de la Demanda Burgalesa para beneficio del monasterio.
  La iglesia del monasterio, llamada de San Nicolás (pero conocido por la mayoría, como de San Juan de Ortega), presenta trazado, cabecera y transepto románicos en dirección a oriente, para unos del último tercio del siglo XII, para otros de principios del XIII,  basándose en la tipología de la construcción. En esta primera fase constructiva se realizan la cabecera, el muro este del transepto y sus pilares exentos. En una segunda fase, durante el siglo XIII, se finaliza la nave transversal o transepto. Y ya en una tercera y última fase, a mediados del XV, se edifican las naves, la fachada de poniente, y se construye la capilla renacentista de San Nicolás, muy presumiblemente sobre el rudimentario lugar de culto, que erigió su primitivo fundador.
Es en esta transición, entre el siglo XII y XIII, es cuando se diseña el milagro de la luz, que el primer constructor, tal vez algún peregrino como San Juan, pero con amplios conocimientos de astronomía, elabora un esbozo de la iglesia pensando en este fenómeno, no solo calculando el Equinoccio de primavera, sino que el ultimo rayo del sol poniente sobre el único capitel historiado de todo el templo, una talla románica de la Anunciación de María, que  mira directamente al rayo de sol que ilumina su vientre, recibiéndolo entre sus brazos y en ese momento las facciones hieráticas de su cara, que parecen dulcificarse al recibir la luz, esbozando casi una sonrisa, mientras sus ojos parecen deslumbrados por el sol, justamente nueve meses antes de la Natividad del Señor. Luego el fenómeno solar ilumina de forma cronológica todo el ciclo de la Navidad que está representado en este capitel, desde el Arcángel San Gabriel anunciando la maternidad a María, hasta el nacimiento de Jesucristo y la adoración de los Reyes Magos.
 En un día especialmente frío, entre los esperanzadores claros de luz de una nevada primaveral tardía, puedes intentar adentrarte en todo ese mundo espiritual, misterioso, que nos trajo la cultura oriental a través del camino, y entre el vaho sobrecogedor de nuestra respiración, que antecede al advenimiento de la penumbra tras anunciarse el milagro, ya en plena oscuridad transmutada, aparece una delicada melodía entre los húmedos muros, en un juego de voces de unas albas figuras cantantes, que entonan una salmodia greco bizantina, que me transmuta por siglos al pasado, junto al espíritu de los primeros constructores de este templo.

  El camino se representa como esa gran emigración humana y cultural procedente del corazón de Europa, que a través de los viejas calzadas romanas en sus pasos pirenaicos (Roncesvalles, Puerto del Palo, Somport, Viella o la propia Junquera), nos trajeron la vida monástica, el arte románico (casi cada pueblo del norte de España, conserva algún templo en este estilo), hospederías, nuevas ciudades, asentamientos artesanales y comerciales, pero sobre todo y el canto llano o gregoriano, con esa originalidad oriental con la que caracterizó la cultura cristiana occidental. Un nutrido grupo de peregrinos, tanto Europeos como de Oceanía, Asia y América, contemplan con caras entumecidas por el frío, un crepuscular milagro de la luz, y eso que oficialmente ya es primavera en nuestro calendario gregoriano, otro mas de los legados de nuestra vieja Europa.

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