España, es uno de los países
punteros en corrupción. Lo apunta la propia Comisión Europea y el
Eurobarómetro. Una media del 25 % de las
cantidades que se mueven en los contratos públicos, podrían dedicarse a
financiar campañas de partidos políticos y personas privadas, aprovechando las
competencias autonómicas y municipales en el desarrollo urbanístico, y
licitaciones de Servicios y Obras Públicas.
Esta tendencia, no es nueva. La
permisividad con la apropiación indebida de los recursos públicos, viene de
lejos. Aquello de que el dinero público no es de nadie, siendo privativo del sujeto que lo gestiona, ya lo pusieron de relieve los escritores del Siglo de Oro. Se
puede apreciar la paradoja, que a falta de éstos conspicuos intelectuales, nos hallamos
ante el apogeo de unos pícaros, institucionalmente habilitados para robar, en el diríamos Siglo
de Oro de la Corrupción.
Me acerqué a ver, en su día, un
magnífico montaje de Morfeo Teatro al respecto, sobre los mordaces e irreverentes textos de
Francisco de Quevedo. La polémica sigue, y tenemos una clase política anclada
en el siglo XVII en cuanto a lo público se refiere: Impuestos confiscatorios y
gasto público desbocado. Y de la corrupción, no se podrá demostrar nunca nada. La
mentira sigue estando primada, por una sociedad que debería ser menos
comprensiva, con ésta y con su secuela de corrupción; ya fuere a pequeña o a gran
escala, que hace de nuestro país una país pobre moralmente, y una potencia
miope en el orden Europeo o Mundial.
Disfruté en primera fila, de la
Escuela de los Vicios, hasta que tuve que irme rápidamente del Teatro, por un
grave incidente de fuerza mayor. En todo momento me vino a la mente, lo que
diría este portentoso ingenio poético, y me vino a la memoria esta obra suya,
dedicada al Conde-Duque Olivares, y con una situación política similar a la actual, con un Pau Claris como Primer Republicano Catalán
pidiendo ayuda al Cardenal Richelieu para romper definitivamente con España: “Cuídense
los españoles todos de los Arturos Clarises, de los Iñigos Aranas y de las Susanas
Medinasidonias”.
La muerte del Duque de Suarez, su
protocolario y español entierro, que bien podrían haber obsequiado nuestras
altas instancias con un Condado postmortem, en vez de una aeropuerto que no
recibió en vida, no sirve sino para corroborar que la historia en España tantas
veces se repite. Suarez fue un Presidente querido por el pueblo, porque era un
buen hombre y sabía aproximar a la gente en sus famosos puntos en común o consensos.
Pese a su juventud, fue padre de la Transición y gestor que desarrolló la
Monarquía Constitucional, siempre moderado y equilibrado creó una aparente innovación,
pero que es muy española: el Centro Político y Social. Con éste movimiento se
pretendía superarlo y conciliarlo casi todo, pero la realidad era mucho más
compleja de lo que se nos decía, y en la madurez nos llegaría a desbordar socialmente:
la memoria histórica, el golpismo, el terrorismo, las autonomías o la
omnipresencia oligárquica de los sindicatos y de los partidos políticos, en un nuevo
régimen de aforados, y de exentos en cumplir las leyes cuando no les convenían.
Una Santa Alianza entre políticos cada vez menos cualificados, funcionarios cada
vez más domesticados y un poder económico-mediático omnipresente.
En estas horas bajas de la
abdicación, del rebrote del poder republicano, de marquesado consevador en la
Selección Nacional de fútbol, surge la oportunidad de la coronación como un
intento de catarsis o de enderezamiento de un sistema en crisis. Como diría nuestro poeta
español por antonomasia:
No he de callar, por más que con el dedo,
Ya tocando la boca, ya la frente,
Me representes o silencio o miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Hoy sin miedo que libre escandalice
Puede hablar el ingenio, asegurado
De que mayor poder le atemorice.
En otros siglos pudo ser pecado
Severo estudio y la verdad desnuda,
Y romper el silencio el bien amado.
Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
Que es lengua la verdad de Dios severo
Y la lengua de Dios nunca fue muda.
Son la verdad y Dios, Dios verdadero:
Ni eternidad divina los separa,
Ni de los dos alguno fue primero.
Si Dios a la verdad se adelantara,
Siendo verdad, que rabría de ser hubiera
Verdad, antes que fuera y empezara.
La justicia de Dios es verdadera,
Y la misericordia, y todo cuanto
Es Dios es la verdad siempre severa.
Señor Excelentísimo, mi llanto
Ya no consiente márgenes ni orillas:
Inundación será la de mi canto:
Veránse sumergidas mis mejillas,
La vista por dos urnas derramada
Sobre el sepulcro de las dos Castillas.
Yace aquella virtud desaliñada
Que fue, si menos rica, más temida,
En vanidad y en ocio sepultada.
Y aquella libertad esclarecida
Que donde supo hallar honrada muerte
Nunca quiso tener más larga vida.
Y pródiga del alma, nación fuerte
Contaba en las afrentas de los años
Envejecer en brazos de la suerte.
La dilación del tiempo, y los engaños
Del paso de las horas y del día
Impaciente acusaba a los extraños.
Nadie contaba cuánta edad vivía,
Sino de qué manera: sola una hora
Lograba con afán su valentía.
La robusta virtud era señora,
Y sola dominaba al pueblo rudo:
Edad, si mal hablada, vencedora.
El temor de la mano daba escudo
Al corazón, que, en ella confiado,
Todas las armas despreció desnudo.
Multiplicó en escuadras un soldado
Su honor precioso, en ánimo valiente,
De sola honesta obligación armado.
Y debajo del Sol aquella gente,
Si no más descansado, a más honroso
Sueño entregó los ojos, no la mente.
Hilaba la mujer para su esposo
La mortaja primero que el vestido;
Menos le vio galán que peligroso,
Acompañaba el lado del marido
Más veces en la hueste que en la cama;
Sano le aventuró, vengó le herido.
Todas matronas y ninguna dama,
Que nombres del halago cortesano
No admitió lo severo de su fama.
Derramado y sonoro el Oceáno
Era divorcio de las ricas minas
Que volaron la paz del pecho humano.
Ni les trajo costumbres peregrinas
El áspero dinero, ni el Oriente
Compró la honestidad con piedras finas.
Joya fue la virtud pura y ardiente;
Gala en merecimiento y alabanza;
Sólo se codiciaba lo decente.
No de la pluma dependió la lanza,
Ni el cántabro con cajas y tinteros
Hizo el campo heredad, sino matanza.
Y España con legítimos dineros,
No amartelaba el crédito a Liguria;
Más quiso los turbantes que los ceros.
Menos fuera la pérdida y la injuria
Si se volvieran Muzas los asientos,
Cuanto es peor la usura que la furia.
Caducaban las aves en los vientos,
Y espiraba decrépito el venado:
Grande vejez duró en los elementos.
Que el vientre entonces, bien disciplinado,
Buscó satisfacción y no hartura,
Y estaba la garganta sin pecado.
Del mayor infanzón de aquella pura
República de grandes hombres, era
Una vaca sustento y armadura.
No había venido al gusto lisonjera
La pimienta arrugada, ni del clavo
La adulación fragante forastera.
Carnero y vaca fue principio y cabo,
Y con rojos pimientos y ajos duros
Tan bien como el señor comió el esclavo.
Bebió la sed los arroyuelos puros;
Después mostraron del carquesio a Baco
El camino los brindis mal seguros.
El rostro macilento, el cuerpo flaco,
Eran recuerdo del trabajo honroso,
Y honra y provecho andaban en un saco.
Pudo sin don un español velloso
Llamar a los tudescos bacanales,
Y al holandés hereje y alevoso.
Pudo acusar los celos desiguales
Al italiano; y hoy de muchos modos
Somos copias, si son originales.
Las descendencias gastan muchos godos;
Todos blasonan, nadie los imita,
Y no son sucesores, sino apodos.
Vino el betún precioso que vomita
La ballena o la espuma de las olas,
Que el vicio, no el olor, nos acredita.
Y quedaron las huestes españolas
Bien perfumadas, pero mal regidas,
Y alhajas las que fueron pieles solas.
Estaban las locuras mal vestidas,
Y aún no se hartaba de buriel y lana
La vanidad de hembras presumidas.
A la seda pomposa siciliana,
Que manchó ardiente múrice, el romano
Y el oro hicieron áspera y tirana.
Nunca al duro español supo el gusano
Persuadir que vistiese su mortaja,
Intercediendo el Can por el verano.
Hoy desprecia el honor al que trabaja,
Y entonces fue el trabajo ejecutoria,
Y el vicio graduó la gente baja.
Pretende el alentado joven gloria
Por dejar la vacada sin marido,
Y de Ceres ofende la memoria.
Un animal a la labor nacido
De paciencia preciosa a los mortales,
Que a Jove fue disfraz y fue vestido;
Que un tiempo endureció manos reales,
Y detrás de él los cónsules gimieron,
Y rumia luz en campos celestiales,
¿Por cuál enemistad se persuadieron
A que su apocamiento fuese hazaña,
Y a mieses tan grande ofensa hicieron?
¡Qué cosa es ver un infanzón de España
Abreviado en la silla a la jineta,
Y gastar un caballo en una caña!
Que la niñez al gallo le acometa
Con semejante munición apruebo;
Mas no la edad madura y la perfeta.
Ejercite sus fuerzas el mancebo
En frentes de escuadrones, no en la frente
Del padre hermoso del armento nuevo.
El trompeta le llame diligente,
Dando fuerza de ley al viento vano,
Y al son esté el ejército obediente.
¡Con cuánta majestad llena la mano
La pica, y el mosquete carga el hombro,
Del que se atreve a ser buen castellano!
Con asco entre las otras gentes nombro
Al que de su persona, sin decoro,
Antes quiere dar nota que no asombro.
Jineta y caña son contagio moro;
Restitúyanse justas y torneos,
Y hagan paces las capas con el toro.
Pasadnos vos de juegos a trofeos;
Que sólo grande rey y buen privado
Pueden ejecutar estos deseos.
Vos, que hacéis repetir siglo pasado
Con desembarazarnos las personas
Y sacar a los miembros de cuidado,
Vos disteis libertad con las valonas,
Para que sean corteses las cabezas,
Desnudando el enfado a las coronas;
Y, pues vos enmendasteis las cortezas,
Dad a la mayor parte medicina:
Vuélvanse los tablados fortalezas.
Que la cortés estrella que os inclina
A privar sin intento y sin venganza,
Milagro que a la envidia desatina.
Tiene por sola bienaventuranza
El reconocimiento temeroso,
No presumida y ciega confianza.
Pues os dio el ascendiente generoso
Escudos, de armas y blasones llenos,
Y por timbre el martirio glorioso,
Mejores son por vos los que eran buenos
Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
Os muestre a su pesar campos serenos.
Lograd, señor, edad tan venturosa;
Y cuando nuestras fuerzas examina
Persecución unida y belicosa,
La militar valiente disciplina
Tenga más practicantes que la plaza:
Descansen tela falsa y tela fina.
Suceda a la marlota la coraza,
Y si el Corpus con danzas no los pide,
Velillos y oropel no hagan baza.
El que en treinta lacayos los divide,
Hace suerte en el toro y con un dedo
La hace en él la vara que los mide.
Mandadlo así, que aseguraros puedo
Que habéis de restaurar más que Pelayo,
Pues valdrá por ejércitos el miedo
Y os verá el cielo administrar su rayo.
Al nuevo Rey Felipe VI, que es nuestro Felipe V en Aragón (convendría recordárselo a muchos adoctrinados catalanes), le
deseamos lo mejor en su reinado, pero sobre todo que se comporte con natural profesionalidad y sencillez, y que sea siempre consciente siempre que su legitimidad
emana del pueblo español, con el deber de liderar moralmente a los españoles contra la corrupción. Que sea
y eduque a sus hijas como el primer español de a pié y que sea un ciudadano al
margen de los privilegios, señalando el camino de la Ley a los prevaricadores.
Que recuerde siempre la fórmula de juramento de los Monarcas Aragoneses, que según
Jerónimo Blancas decía:
“Nos, que cada uno de nosotros somos igual que
Vos y todos juntos más que Vos, te hacemos Rey si cumples nuestros fueros y los
haces cumplir, si no, no"
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